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Hoy voy como un loco. Sin corregir, sin revisar. Quien tenga paciencia que pierda su tiempo con mi relato...

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Estaba flotando en el mundo de los sueños cuando una puñalada de dolor intenso y frío se le adentró en el pecho.

Despertado por lo que más bien parecía ser una pesadilla, no comprendió de inmediato que le estaba pasando y sólo cuando trató de moverse y el dolor en su pecho se intensificó aun más, se dio cuanta de que estaba sufriendo un infarto.

Trató de tranquilizarse e intentó tomar aire, pero no pudo hacerlo y su dolor se agudizó. Era un dolor fuerte, penetrante, que se iba extendiendo con rapidez en toda el área donde sabía que estaba su corazón. Trató de hablar y tampoco pudo. Trató de abrir los ojos pero ni siquiera este acto simple estaba ahora bajo su control y por primera vez en su vida sintió que iba a morir.

A pesar de lo desesperado de la situación, su mente se conservaba lúcida.

Si en realidad estaba teniendo un infarto y si en realidad estaba muriendo, nada podía hacer para remediarlo, pensó.

Siempre había tenido plena conciencia de la fragilidad de la vida y desde muy niño estuvo reparado para morir. Y también desde muy niño había tenido la esperanza de que cuando le llegara su hora pudiera conservar la plenitud de su conciencia para poder saber qué se sentía al momento dejar el mundo.

Se trataba tan sólo de no perder al momento de su muerte la enorme curiosidad que le había permitido disfrutar tantas cosas en la vida. Ahora, por una coincidencia afortunada, estaba al tanto de lo que le sucedía y sólo le molestaba ese dolor sofocante que era el resultado del colapso de su corazón.

Trató de dejar a un lado la punzada mortal que lo estaba devorando y lamentó que su partida fuera tan dolorosa. Pero no lo lamentaba por el dolor mismo son porque no podía concentrarse por completo en lo que le estaba pasando.

Parecía que el dolor inicial, despiadado y artero, hubiera sido leve si lo comparaba con el que sentía ahora. Segundo a segundo sentía que el pecho se le partía y ya no tuvo duda de que le quedaban apenas unos segundos de vida.

Un estertor recorrió todo su cuerpo y se empezó a ver a si mismo como una ola, como una ola enorme que corría desbocada hacia un acantilado iluminado por los atardeceres de su ya lejana infancia.

Sintió el leve temor de que estuviera alucinando pero la sensación era tan vívida, tan real, que se convenció de que no era su imaginación la que había inventado la ola, sino de que él en verdad era una ola portentosa que se dirigía a su destino de cataclismo.

Cuando tuvo plena conciencia de su nuevo estado, desapareció en forma súbita el dolor de su pecho, pues ya no era un ser humano sino una ola enorme que corría al encuentro de su fin.

Con el dolor de su pecho desaparecieron también en forma súbita todos los dolores de la vida. Las angustias cotidianas se desvanecieron y dejaron espacio a la paz que siempre buscó. Los problemas grandes y los pequeños cobraron de pronto su justa dimensión y todos se hicieron ínfimos. Ya no eran problemas sino gotas de agua de un azul maravilloso que se desbocaba casi con alegría a un bellísimo acantilado.

Se fueron convirtiendo en gotas azulísimas todos los recuerdos de su vida. Los de su infancia se volvieron espuma y brillaban con el brillo de la inocencia. Los de su adolescencia se convirtieron en ráfagas de agua que jugaban con la ola y que hacían que su marcha fuera más impetuosa, más vibrante.

Todas las inseguridades y desazones de su vida juvenil eran ahora gotas transparentes que adornaban la cresta de la ola y que habían perdido su sombra de tristeza.

Su esposa y sus hijos se convirtieron en una masa poderosa que acrecentaba el poder de esta ola que fluía ahora con una fuerza vital como jamás tuvo él en su vida.

Todos sus amigos, todo su enemigos, todas sus actos buenos, todos sus actos repudiables, todas sus envidias, todos sus rencores, toda su magnanimidad eran ahora parte de esa ola que tenía su destino marcado.

Ante la inminencia del estruendo tuvo tiempo para salir de su asombro y se contempló en su nuevo estado de la forma más objetiva que podía.

Pero una emoción poderosa y nueva lo envolvió cuando se dio cuanta de que esa ola traía consigo a todos sus antepasados, a todos los seres humanos de todos los continentes y de todos los tiempos y de que él era ahora no un ser individual sino la humanidad completa.

En el último segundo de su existencia, su último pensamiento fue de plenitud absoluta y de reconciliación con el mundo.

Cuando rompió contra el acantilado con la fuerza de una vida vivida con plena pasión, un estallido de espuma brillante y esplendorosa colmó todos los rincones del universo y en ese momento dejó de respirar.

No perdió la conciencia de inmediato.

Alcanzó a sentir como todo se iba transformando en un inmenso océano de paz y alcanzó a verse a si mismo desnudo hundiéndose ajeno a todo en las bellísimas aguas azules del océano de la nada…

Texto agregado el 01-12-2010, y leído por 270 visitantes. (0 votos)


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