Las dos lunas de Kröm con sus eternos halos de humedad aparecieron en el horizonte rodeadas de millones de estrellas. Desde la costa rocosa el mar de Andiria, cual espejo ámbar, reflejaba los últimos rayos violáceos de los tres soles de Kanahandar, mientras el aroma penetrante de las florecillas silvestres en las paredes del risco inundaba el ambiente.
Ella, enamorada perdidamente y decidida a todo.
El, dispuesto a poseerla.
Todo el ambiente estaba preparado. Todo parecía estar pronto para un desenlace pasional que ellos deseaban, pero no se atrevían a confesar.
Cuando las triples sombras se alargaron hasta desaparecer y la noche quedó cubriendo a los amantes, él juntó ramas secas y prendió un pequeño fuego que los iluminaba y les trasmitía su calor.
Allí quedaron, solos, lomo contra lomo, mirando el infinito.
Por unos minutos no intercambiaron palabras.
Luego él comenzó a pronunciar, con notas casi resplandecientes que le brotaban de sus profundas sérpias, el antiguo ritual de apareamiento, en un tono que ella jamás había escuchado. Era diferente a los apareamientos estadísticos masivos. Este canto era solo para ella y él se lo brindaba. Los sentimientos la invadían, y la excitaban.
Tu ya sabías que te deseo mas que a ningún otro, ¿verdad? La voz de la hembra era una confesión, un ruego, y a la vez una orden. La contestación no se hizo esperar: Tenia miedo el tono dejaba entrever mucho nerviosismo miedo a que me rechazaras, pero ahora todas mis dudas se han ido, te deseo demasiado, mi amor y al decir esto ambos se dieron cuenta que las palabras estarían de mas desde ese instante.
Mientras él recorría su cuello suavemente, ella comenzó a desprenderle la ropa con mucha lentitud y sensualidad, mientras le acariciaba su vanaria vigorosamente, como sabía que le gustaba al otro sexo. Su pareja no sería una excepción. Y no lo era. Logró excitarlo a un grado sumo, y mientras ella lo estimulaba, él le quitó todo el vestido, dejando al descubierto sus múltiples periáxos hermosos y turgentes que extasiado comenzó a lamer con pasional desespero.
Ella le correspondió yendo a buscar su vanaria completamente desplegada, acariciándola acompasadamente y apretando sobre ella sus ventosas anteriores, generando quejidos de placer en el macho que seguía recorriendo todo su cuerpo con sus miembros prensiles, desde sus periaxos hasta su pértina completamente congestionada de deseo.
No existían palabras, solo caricias y jadeos.
Poco después ambos estaban en el clímax de la excitación y ella le dijo que estaba pronta, que por favor la tuviera en ese mismo momento, mientras el tentáculo mayor del macho hurgaba delicadamente sus zonas mas secretas en espera del momento preciso.
Sabiéndose aceptado, reptó sobre el vientre amado y apoyó delicadamente su miembro en la erógena pértina que lo esperaba. Luego lo introdujo completamente y comenzó a copular con movimientos acompasados y firmes mientras seguía acariciándole los periáxos y le mordisqueaba el largo cuello.
¡Si, si mi amor! alcanzó a decir ella. ¡Llévame ahora, llévame ya mi amor, ya! y se dejó arrastrar por los tentáculos posteriores del macho, quien la acercó a la cueva de procreación antes preparada, donde, con un placentero orgasmo, depositó miles de células germinales prontas para ser fecundadas.
Ya satisfecha, siguió excitando la desplegada vanaria, hasta que los temblores desu amado se generalizaron, y supo que él también llegaba a su clímax. Las eyaculaciones repetidas y generosas cubrieron de esperma la cueva, fecundando todo los óvulos depositados.
Cansados y complacidos, se dejaron caer sobre las rocas jurándose amor eterno. El pequeño macho trepó nuevamente al inmenso lomo de su amada, entrelazaron los apéndices sensitivos y descansaron. Su rito de apareamiento había sido algo inolvidable.
En unas pocas semanas, los pequeños Kromianos podrían surgir de su nidal de rocas y dirigirse apresurados a las protectoras aguas del mar de Andiria, la Madre Primigenia, donde terminarían su desarrollo.
El clima, el paisaje, el entorno, habían ayudado para que los mas soñados deseos de la pareja, se hiciesen realidad.
Las dos lunas de Kröm estaban ahora en el medio de la inmensa bóveda negra plena de estrellas.
Comenzaba un nuevo quantum para ellos. Nada sería igual.
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Nota del autor: si el lector se ha excitado con esta lectura, seguramente es un alienígena, de hecho un Kromiano. (¿Qué hace?... ¡Saque, saque de ahí esos tentáculos, degenerado! ¡Atrás, atrás!)
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