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Inicio / Cuenteros Locales / a01_EdwinQuintero / Vida inteligente en mi cobija

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Hay un mundo entero de criaturas microscópicas habitando en mi cobija. Tres de las cuales parece que tienen vida inteligente, el resto son un montón de especies diferentes, animalitos que sólo viven para llenar el buche. Al parecer no son capaces de verme, no se han dado cuenta que estoy aquí afuera y que todo su universo es tan sólo una cobija vieja.
La primera especie inteligente son los “Wichus”; unas criaturas que han desarrollado un paraguas de tejidos membranosos para protegerse de las constantes lluvias ácidas que golpean la cobija mientras duermo. Tienen tres patas delgadas como trípode que pueden recoger o alargar como mejor les convenga, su cabeza es un enorme ojo amarillo transparente y sus brazos carecen de dedos. Debido a la limpidez de su piel es que resulta fácil verles al completo los nervios y las conexiones de los órganos. Pero lo más raro es que sus cerebros cuelgan por debajo y en medio de las patas como si fuera una hueva, con la diferencia que es cilíndrica. El paraguas lo llevan incrustado por encima del ojo, conectado con un tubo de hueso que parte desde el cerebro de hueva, sostiene el enorme ojo y hace las veces de columna vertebral. Este sencillo sistema de sostenimiento (el tubo) es muy codiciado por los “Klecos”; la otra especie inteligente de la cobija y a la que los Wichus tienen mucho miedo, porque con sus tubos fabrican lanzas para cazar y defenderse de los “Yilos”, que por otro lado son sus enemigos de toda la vida. No hay duda que es un mundo primitivo, cualquier cobija lo sería. Desde hace tiempo estoy observándoles con mi microscopio adaptado, aún desde que era muy niño. Resultaba un entretenimiento al acostarme y me acostumbré a ellos, a su diario vivir, sus fiestas y orgías, sus batallas desgarradoras y sus luchas intestinas para sobrevivir. Con mis observaciones he logrado comprender a las tres especies conscientes, y clasifiqué a cerca de noventa subespecies más, de los dos reinos, entre animalitos pegajosos y vegetales que cuando se aburren del mismo sitio se cambian de lugar. Pero sé que hay más criaturas, sólo que no los puedo ver. Las interacciones, los cambios y el respeto a ciertos territorios me dan a entender que hay otros, debe haber millones quizás.

Las guerras entre las criaturas se dan en mayor parte por las invasiones de los territorios por la tribu contraria. Y yo lo entiendo, cualquiera que viviese en una cobija pequeña, sucia y rasgada se daría cuenta que no ofrece mucho espacio. Es más, a mí mismo no me alcanza a cubrir por entero. Los pies siempre se me quedan por fuera. Debido a esto fue que en cierta ocasión pensé en que si les ampliaba el terreno acabaría con las guerras. Entonces me hice de dos cobijas de lana de gran tamaño y las cocí a la cobija original con la aguja gruesa para zapatos que conseguí de la caja de herramientas. Después las estiré por completo por toda la habitación y esperé vigilante a que las criaturas descubrieran los nuevos continentes. Para gozarme del acontecimiento hice reventar una buena cantidad de maíz Pira en el microondas y las acompañé con un litro de gaseosa sabor uva. Acerqué la mesa a la cama e instalé en ésta mi rústico microscopio para tener una mejor visión de cada una de las civilizaciones en cada recuadro de actividad. Mientras observaba empecé a preguntarme: ¿Quién sería mi Magallanes? ¿Quién asumiría el papel de Cristóbal Colón? ¿Quiénes pondrían primero la bandera? ¿Traería paz la nueva tierra? o ¿Originaría una nueva serie de guerras sangrientas impulsadas por la ambición y la codicia?

Pero mi propósito se deshizo, pasó una desgracia grande, la nueva tierra no trajo la paz esperada. Al contrario, el sistema empeoró. Las criaturas no podían cruzar a las nuevas cobijas, ya que al parecer existía una magia especial en la vieja cobija y en las nuevas no. El experimento fue un completo desastre. Las cobijas agregadas resultaron ser una barrera que les impedía pasar al otro lado, es decir, al respaldo, a la parte de abajo o de arriba, según como estuviera dispuesto su mundo. Eso es pura relatividad.
Sólo quedaban abiertas las rutas de los extremos de la cobija original, pero éstas fronteras eran territorio de Yilos y quiénes se atrevían a pasar por ahí eran cruelmente masacrados. En lugar de extender sus dominios y ayudarles a que dejasen de exterminar por la falta de espacios, lo empeoré todo, dividiendo su universo, arruinando su comercio, y por si fuera poco, alejando a los seres queridos unos de otros. Se presento una gran tribulación.
Durante esa época la cobija se tiñó de oscuridad y desolación, había regueros de sangre color anaranjada por muchos lados, me sentí muy mal por ello, porque las víctimas eran incontables. Me armé de valor y para restablecer el orden rompí con furia las puntadas de las cobijas nuevas y las lancé a un lado, sin embargo su mundo no volvió a ser como antes, y las especies conscientes, empezaron a preguntarse qué había pasado, quién había levantado la barrera, borrándose de repente. Sintieron un profundo temor en el corazón, fue entonces cuando elevaron las miradas al cielo y dedujeron, tras un razonamiento simple, que no estaban solos. Había algo superior fuera de la cobija. También descubrí que a pesar de que ellos no podían verme, yo sí podía intervenir en sus asuntos y alterar su mundo, lo que me llevaría a ser como un dios ante ellos. Pero yo como ningun otro ser estabamos hechos para ser dios, Sin embargo quize intentarlo y por eso necesite valerme de algo que me permitieran enterderlos y dar a conocer quiern era yo. Pero como ellos no podían escucharme ni verme, se me ocurrió la idea de reprogramar un nanobot (un robot pequeñísimo) con instrucciones precisas. Lo bajé a la superficie de la cobija y crucé los dedos, rogando que lo pudieran ver. Temía que por ser un ente externo pasara desapercibido o lo ignoraran como a una roca.
Mi nanobot era especial, lo diseñé al tamaño exacto de un “Wichu” promedio para que pudiera ser aceptado, pero lo hice también más fuerte, para que los Klecos y los Yilos no le despedazaran —eso creía—. Mi nanobot tenía en la planta de los pies unas agujas, así como la de los zapatos para la nieve. El propósito de este ingenio era que el nanobot permaneciera siempre unido o atado a la cobija, para que fuera asimilado por la magia de ésta. Tal como pasó con las cobijas nuevas unidas por nailon. Por fortuna cuando mi nanobot tocó la superficie, las criaturas lo notaron, éste de inmediato inició la tarea para la cual había sido programado.

Por desgracia a las criaturas les causó mucho miedo el aparatito parlante, no quisieron escucharlo y me lo levantaron a piedras hasta desportillarle los circuitos…

... Entonces enfurecí de verdad y en un ataque de ira levante la cobija con todos los animales dentro, la introduje en un balde con agua y ahogue a todos ésos mal nacidos hijos de.....

Texto agregado el 28-11-2010, y leído por 896 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-06-2015 Muy entretenido. Y muy buena la solución.(Higiene ante todo,ja,ja,ja) pantera1
 
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