Buscar la hermosura y acabar siempre tan confundida,
con el temor implantado en la piel.
El temor a perder lo poco que se tiene,
pese a esa necesidad atroz de buscar las hermosura.
Sentirse hermosa a ratos, encerrada en la pieza,
cuando ya es demasiado tarde para cualquier cosa,
demasiado tarde para que los demás te vean.
Para que alguien lo note.
Admirar pequeños destellos de color en insignificancias,
el pan tostado, las frutas, los arbustos mojados con el regador,
la gotera en el baño, una mancha de lápiz tinta.
Admirar con el deseo de ser admirada ciegamente, algún día,
a todo color, como si algo de eso existiera,
como subir corriendo las escaleras para llegar a ver las plantas en el balcón,
para llegar a ver esa luz dorada que se cuela por mi ventana en la tarde,
para sentir que con eso se paga el arriendo solo,
que todo vale algo la pena.
Una tarde en la cocina,
pasteles de colores, salsas, almíbar.
Un recuerdo de infancia,
un amor que jamas olvidé,
un amigo a quien llamar,
para acortar ciertas distancias,
cierto frío invernal que aun se cuela en esta primavera llegando al verano.
Te con pasteles, y un mensaje que algún día sera leído a contraluz. |