Otra vigilia y ya no callo lo que en el sueño
se hizo agua, se evaporó en deseo ardiente y puro,
y luego, oníricamente, transmutó en sensible condena.
Con el sol, la convicción:
tu herencia de besos astrales,
tu río con corrientes que no obedecen cauces,
ni hierba eterna, ni flor empeñada en colores
que nadie contempla.
Te soñé desnuda y yo Atila.
Tú, pasto blanco, pisó mi corcel oscuro,
trémulo como hoja otoñal,
tanto que deshonramos
Hunos legendarios,
y somos ahora dos sobre ti,
pasto imperecedero,
y bajo las uñas de tus raíces,
de algún modo somos también inmortales.
Nadie canta la canción de tu pelo crepuscular,
ni toca ~ Nadie osa a tanto ~
tus piernas de viento,
esos instrumentos que de música sagrada y antigua
colmaron el cosmos de mis pupilas duras,
lóbregas en su encierro
y, en ti, sobradas de luz, de fuego vivo y liberador.
Vigilia hasta la luna homicida,
y luego a retornarme mudo al laberinto de Asterión,
a su muerte profetisada, a las catorce puertas
infinitas donde aguarda, intacta,
tu voz inimitable.
Recorrer otra vez las catorce fuentes
y los catorce aljibes sin fin repetidos,
y soñarte mía como cada noche.
Tú, sin fín también, en mi honda entrega.
Acaso serás mía hoy?
Cuando los dedos de Morfeo arañen la fábrica
del sueño, intentando asirme por siempre,
como el dedo de mi hijo que en el agua
posada le hace ondas a la tranquilidad.
Si me despierta el rocío que besa el alba
y no amaneces sobre mi pecho,
saldré a recorrer los senderos del sueño despierto.
A ver si nos topamos de azar en una calle sin nombre,
hecha de sombras de casas temblorosas
y de amores frágiles,
como un sueño a punto de quemarse con el primer sol.
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