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Apenas cruzo el quicio de la puerta cuando el olor a esa tierra lejana lo asalto, trayendo consigo cientos de recuerdos que en segundos desfilaron por su mente.
Olía a caldo de camarón y ventrecha, a epazote y jaiba, a mañanas perdidos entre los maizales y al chapuzón en el rio, a las escapadas a la playa, a tierra mojada y sal.
Con una sonrisa marcada en la comisura de los labios Pedro entro a la vieja cocina tapizada de talavera, con amplios ventanales y ollas de barro colgadas por todas partes; con gesto de niño regañado que vuelve a casa después de huir miro a la patrona del lugar y pidió permiso para sentarse, dejando caer los huesos sobre la silla de mimbre.
Que va usted a querer. Musito Doña Leonor mientras se secaba el sudor con el talle del delantal. Quisiera de ese guiso del cual el olor inunda la cocina y parte de la calle, en si fue por eso que entre. Respondió Pedro con la boca llena de saliva por el hambre y el antojo que tal platillo le provocaba.
Leonor asintió con la mirada, tomo un plato hondo de barro , le puso un poco de cebolla picada en cuadros, chile en polvo, unas gotas de limón para después verter el caldo hirviente ( a través del humo Pedro podía ver la vieja cocina de palma con el suelo de tierra y a la abuela pelando las yucas) de un mantel saco unos totopos y junto a una cuchara y un salero los deposito en la mesa de talavera azul; cada pieza de tan preciada loza se adornaba con un par de ángeles sosteniendo unos planos.
Nunca le gusto la comida de mar y siempre tuvo peleas con su madre por tal motivo… pero ahora tanto tiempo después y tantos kilómetros de distancia de aquel lugar y de aquel tiempo; no podía siquiera pensar en que aquel plato rojo y burbujeante le desagradara, tal vez con el aroma quería traer la niñez perdida, la madre muerta, los sueño inconclusos, los amores de la escuela, aquel tiempo y espacio diluido, casi imperceptible en este presente tan mecánico.
Leonor que llevaba rato observando a Pedro perderse entre el humo y el sabor de aquel manjar, esbozó una sonrisa y con aire de gratitud le pregunto.- Está bueno verdad. A lo que Pedro con una lagrima recorriendo la mejilla contesto.- ¡Si! Sabe a mi tierra…….

Texto agregado el 27-11-2010, y leído por 160 visitantes. (0 votos)


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