Si a alguien le debo algo es a Alejandra. Alejandra era; bueno, en realidad no recuerdo quién era. Recuerdo dónde estaba y el porqué solía estar. Es más lo que sé sobre ella que lo que puedo visualizar. Mucho más.
Pasamos un año juntos, sin hablarnos. No estaba yo interesado en ella ni ella en mí. Tenía un cuaderno con recortes de pingüinos que llevaba a la escuela. Son de una clase más avanzada que la de ustedes, dijo al grupo. Porque sí, es verdad, no pasamos juntos ni un año; debió ser medio año escolar.
Alejandra bien puede no llamarse Alejandra de la misma manera que puede ya no existir, haber muerto, escapado, terminado loca, lo que sea.
A veces creo que Alejandra pudo venir al mundo sólo para decirme lo que debía decirme y luego desaparecer. El estado inconsciente de mensajera del destino debió otorgársele arbitrariamente. Dejada a su suerte; un ser sin razón de ser deambulando por allí infectando todo lo que toca. Alejandra debe ser un zombi ahora.
En el tercer grado de primaria poco sabe uno qué se quiere hacer con la vida en el futuro. No tenía mucho que un niño más grande me había roto la quijada. Poco pasó en todo ese tiempo de recuperación en casa; de haber sabido que me iban a comprar tantos libros me hubiese roto la quijada yo mismo. En realidad fue una especie de pacto. José Ramón era un mongolico hijo de la subdirectora. Una persona sucia, gorda y asquerosa. Del tipo de niños que se comían los mocos y sus pedos resonaban tan fuerte en los pupitres que hacían inminente la evacuación de alumnos y profesores. José Ramón lastímame, le dije, lastímame un poco. Se negó. Bueno, vamos a dar vueltas, le dije. Quería hacerlo vomitar como siempre vomitaba el cereal que le daban de desayuno. Yo doy más vueltas que tú y me mareo menos, me burlé. Se molestó. Me tomó el pie en plena inercia de giro. Crac. Adiós barbilla. Me llevé la mano a la quijada y toqué la pulpa de mi piel destrozada colgando. Dos semanas en las que leí muchísimo, sobre todo de leyendas mexicanas, lo recuerdo bien.
Miss Ruth celebró mi triunfal regreso a clases con un día entero dedicado a repasar Español. Se aburrió ese día, lo sé. Nos dio unas revistas y nos hizo cortar una imagen, la que sea, la que les guste dijo. Recorté la imagen de un güey pintando de rojo en un cuaderno, pintando con pincel. Ahora van a hacer un cuento que hable de la imagen que escogieron, dijo Miss Ruth. Puf, qué flojera.
Escribí una historia estúpida. De lo que pasaría si un aspirante a pintor se dirigiera a Francia y su avión chocase con una montaña (!) y éste cayese en una selva mexicana. No sé, también hablé de un nahual y otras cosas sobre las que había leído el tiempo que estuve encerrado. Para nada era la primera historia que escribía pero sí que era igual de estúpida y mala que todas. Miss Ruth no dijo nada.
Ahí estaba Alejandra. Escuchó la lectura.
Esto va por Alejandra. Quizá todo va por Alejandra. La niña que emocionada sonrió y me dijo "Alberto, vas a ser escritor".
-
Y luego se perdió en el mundo. Se esfumó para siempre. Se la comió el Monstruo. |