“Traé el cuerpo que tenés; lleváte el que querés”, promueve la publicidad de un instituto de belleza en Buenos Aires. Conforme a una temporalidad claramente occidental, en la que el culto a la estética y el temor a la vejez representan prácticamente todo lo relevante, las ofertas se exhiben abundantes y tentadoras.
La cosmovisión dominante responde a un período donde la ausencia de contenidos y el mandato del placer inmediato se perciben como males que superan a todo análisis o predicción realizados hasta el momento. Así, la tendencia a la liberación promovida en otros años, y en diversos aspectos, -esto como necesidad humana impostergable- culminó reducida a ese egoísmo que supone, entre otras cosas, cerrarse sobre el campo de lo individual y apelar, como única respuesta, a la oferta que ofrece una góndola de supermercado. Y esto, quizás, como sueños truncos o malos recuerdos que dejaron, a modo de legado, distintos movimientos tales como, por ejemplo, el Mayo del ´68 o, tal cual lo demostrarían los años que le sucedieron, el carácter obsoleto del hippismo o la New Age. Movimientos y tendencias que, nacidos y desarrollados en el primer mundo por estamentos burgueses y círculos de gran valor adquisitivo en su mayoría, no hicieron más que servir de embrión para luego, merced a este terreno notoriamente fértil y renovado, estipular nuevos y mejores mecanismos de consumo.
Un acertado análisis de todo esto puede apreciarse en la obra de diversos novelistas contemporáneos. Autores que, por fortuna, demuestran que en la realidad netamente bastarda que hoy domina a la literatura mundial no todo merece reducirse a páginas que promueven el entretenimiento superficial o la autoayuda. De ellos, sin duda, Michel Houellebecq es quien mejor parece retratar la decadencia del modelo que nos domina y devora. Así, en obras como “Las Partículas Elementales” o “Plataforma”, se desnuda la génesis que luego culminaría en esta temporalidad sumergida en un océano estéril de despropósitos: la hipocresía disimulada por diversos mecanismos sociales y el producto final de todo esto: una sociedad trivial, desquiciada mundialmente en muchos de sus niveles, y dominada por el caos. Indagar en este tipo de propuestas lleva, de seguro, a apreciar lo absurdo que, por estos días, representa sostener un combate cuya victoria a concretar, por obvia que resulte, sea la recuperación de toda noción de existencia.
Cirugía estética, turismo sexual y alienación. En cuestiones tan cotidianas como elegir entre una caja de leche con bajo índice de bacterias o una sandía cultivada en las cámaras de una empresa neocelandesa puede divisarse el imaginario de un tiempo donde todo humanismo no es más que otro cadáver enterrado en el cementerio de los fracasos generales. A eso merece sumársele emprendimientos como la clonación o, para decirlo de otro modo, “la emergencia de una cultura post-paranoica de la razón” en palabras de Sloterdijk. En este bosque talado de felicidades en euros -el dólar como patrón monetario, hay que decirlo, ya no sirve- aumentar el tamaño del pene es tan sencillo como cambiar una lamparita eléctrica.
Algunos dirán que esto no es más que la presencia de un vacío; de una esencia que hemos perdido en algún rincón de esta falacia llamada progreso. A esto contesto que no: no hay vacío sino abundancia. Excesiva abundancia. El problema es, precisamente, qué es lo que integra esa abundancia y cuál es el criterio que debemos abrazar para elegir aquellas propuestas que nos aseguren, ante todo, la posibilidad de concebir el mañana con un atisbo de tranquilidad. Ahora, discutir el problema central, esto es, disminuir el retroceso que estamos protagonizando como seres humanos, es una incógnita cuya resolución lejos está de recortarse aún en el horizonte de lo inmediato.
Patricio Eleisegui
El_Galo
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