El miedo había paralizado su mente en innumerables combates de conciencia: ¿Sentía esa ambigüedad entre el deseo y la realización no concretada del amor? ; ¿Se olvidaría de ella para siempre? ; ¿ Era necesario robar su vida por pasión? . Una y otra vez debatía lo retórico de sus debilidades, con ese afán de conseguirlo todo bajo una conquista, para luego abandonarlo ante la menor contrariedad, mientras su silueta acunaba incomprensión. El desenfreno guiaba lo majestuoso de su incapacidad de amar; necesitaba estar con alguien más, cifrar su cuerpo en lo eterno de esa psiquis, argumentar el complemento entre las pieles como un único representante de tanta soledad. Y los labios tallaban lo preciso de esas letras que su mente dominaba, como un espectro de efectiva concreción en los mortales; bajo las palabras unidas de sabiduría, esa instancia traspasando lo prohibido, una mano inaccesible rozando las mejillas o su lucidez habitando los instantes. ¿Cómo evitar abstraerse de ese Universo indisoluble de su ser, sin antes no caer en abismales súplicas?. Cerró los ojos ante la oscuridad, mientras las palabras se escapaban del encierro, mordiendo sus labios henchidos de repeler tanta incertidumbre, bajo una boca impredecible. Detrás, ella abandonaba el enigma de espectros y de humos, para perderse sólo en lo inagotable de su lengua.