¿Creen que encontrar a su “alma gemela” implica la felicidad o una
satisfacción plena? Si es así, se equivocan. Claro que, bien
pensado, también suelen equivocarse en el concepto que tienen de
estas palabras. Siempre se da por supuesto que el afortunado en
cuestión ha dado, al fin, con lo que denominamos “su media naranja”.
Pues no es el caso.
Tuve la posibilidad de conocer y convivir con esa
alma-gemela-a-la-mía. Y no me estoy refiriendo a una persona tan
compatible conmigo que la quisiera como pareja. No. Estoy hablando de que
su alma, su esencia, es, por definición, gemela de mi alma.
Durante un tiempo todo fue maravilloso, y vivíamos un sueño,
un auténtico paraíso. Nos conocíamos tan a fondo que
no podíamos concebir secretos el uno para el otro. Tan compenetrados
estábamos que resultaba insoportable. Yo lo sabía, y por
ende, él también. Mientras que yo luchaba por un futuro mejor
para nosotros, para todos, él destilaba un egoísmo impropio
de su status. Éramos y somos tan diferentes que no podíamos
permanecer más tiempo juntos.
Pero en un mundo tan perfecto a ojos de ambos, cada uno a su manera, no
había sitio para los dos, no seríamos capaces de vivir
tranquilos sabiendo que el otro camparía por ahí a sus
anchas. Necesitábamos una solución. Acabar con la vida de
alguno de los dos no era un gran plan, pues, siendo parte de un mismo todo,
teniendo almas gemelas, no seríamos capaces de subsistir en soledad;
sencillamente, desapareceríamos. Así que buscamos otra
salida.
Por eso, ahora él es el Gran Rey de los Cielos, y yo, el Soberano
del Averno.
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