Mercurius Solubilis
Por Armando Córdova Olivieri
Todos en su familia frecuentaban un médico homeópata muy reconocido en Caracas. Sólo Raúl se había mostrado siempre incrédulo frente a las dotes curativas de lo que a su juicio era solo mera sugestión. Un buen día decidió informarse personalmente sobre el asunto, leyendo los libros que su padre había coleccionado a lo largo de su asidua fidelidad a la medicina homeopática... Leyó sobre su historia, e incursionó sobre las propiedades de sus medicinas que, ingeridas en mínimas dosis, podían causar los síntomas de las enfermedades que con ellas se pretendía curar y así, a partir de una virtuosa doble negación, el paciente vencería, casi de manera milagrosa las dolencias que padecía, en un lapso que por lo general era asombrosamente corto. El éxito o fracaso del tratamiento dependía de lo acertado del diagnóstico del médico, el cual, a su vez, era el resultado de un largo y concienzudo interrogatorio. El médico preguntaba al paciente acerca de los síntomas que padecía y luego, después de buscar minuciosamente en los solemnes tratados de homeopatía, cuál de las sustancias producía los síntomas descritos por el paciente, le recetaba ésta, dándole una nueva cita para los días próximos con el objeto de constatar el acierto evidenciado por la reversión de los síntomas.
A Raúl todo esto le parecía charlatanería, pero sin embargo leía con mucha curiosidad... Su descubridor, un médico alemán llamado Friedrich Christian Samuel Hahnemann, organizó sistemáticamente una especie de catalogo de sustancias cuyos efectos sobre el hombre había probado sobre su propio cuerpo, anotando con extrema precisión cada detalle, en cada experiencia. Un día, su incredulidad lo llevó hasta la cajita de madera en la que su madre guardaba las medicinas homeopáticas y tomó desafiante un frasco al azar. Vertió detro de la tapa cinco pequeños glóbulos azucarados y se los tragó sin saborear. Luego, leyó la etiqueta del frasco en la que decía: MERCURIUS SOLUBILIS D6. Guardó todo en la cajita y se fue a los libros para informarse mejor acerca de las propiedades del MERCURIUS SOLUBILIS. Lo que leyó lo atemorizó al principio, pero luego pensó que era imposible que cinco glóbulos azucarados pudieran provocar tan horrendos síntomas: Se trataba de la Sífilis en su primera fase. Pensó que adquirir esa enfermedad sin acostarse con una puta era algo así como el milagro de la virginidad de María. Recordó las viejas recetas de los anales de la Biología: se toma una espiga de trigo seco, se envuelve en una camisa sudada y se introduce en una caja de madera. Al cabo de doce días se obtendrían ratones. Para Raúl se trataba del mismo arquetipo, por lo que restó importancia a lo que había leído y se olvidó del asunto.
Pasaron dos días, hasta que durante la noche despertó empapado en sudor temblando de escalofríos. La sábana estaba totalmente mojada y hedionda. Pasó el resto de la noche en vela. La fiebre nocturna se repitió durante los días siguientes. Ya el aspecto macabro de sus ojeras había comenzado a preocupar a sus padres, pero por haber coincidido esta circunstancia con la época de exámenes finales de la universidad, lo habían asociado con el ajetreo propio de esos días.
La primera semana Raúl notó que su ropa interior amanecía manchados de pus y al ver que las secreciones purulentas provenían del pene que ya comenzaba a arderle al interior de los conductos urinarios, recordó lo leído en los libros de homeopatía. Sintió terror y fue de nuevo a consultarlos en la sección dedicada al MERCURIUS SOLUBILIS: “Sudoraciones nocturnas acompañadas de secreciones purulentas matinales”. No, no podía ser cierto: Los ratones habían nacido, por generación espontánea, de la camisa sudada y la Santísima María seguía siendo virgen. Decidió no hacer ningún comentario y tratar de resolver el problema tal como lo había generado. Si el ingerir esos pequeños glóbulos azucarados le habían producido esos síntomas, de acuerdo a lo que había entendido de los libros, el volver a tomar otra dosis del mismo medicamento padeciendo los síntomas, los eliminaría. Fue en pos de la caja de madera en la que su madre guardaba las medicinas, tomó el frasco, lo abrió y vertió nuevamente cinco glóbulos en la tapa. Dudó un instante y después empinó decididamente el contenido dentro de la boca, para tragárse los pequeños glóbulos azucarados con los ojos cerrados. Pasaron dos días sin que la fiebre desapareciera hasta que una mañana descubrió con sorpresa que su ojo derecho había amanecido pegado de legaña. Fue al baño y se lavó bien, pero al cabo de unos minutos se percató de que su ojo segregaba continuamente una sustancia purulenta que lentamente le nublaba la visión por ese ojo. Lo curioso era que el otro ojo estaba perfectamente sano. Volvió a lavarse el ojo, pero era inútil. Pensó que los glóbulos azucarados eran los causantes de lo que le estaba sucediendo de modo que fue nuevamente a los libros como quien consulta un oráculo y trató de encontrar los síntomas bajo el apartado de MERCURIUS SOLUBILIS pero no halló nada. Buscó bajo la palabra "conjuntivitis" en el índice de materias y encontró referencia en varias páginas hasta que se topó con lo que estaba buscando: “La Conjuntivitis por inclusión”. Se trataba de una forma muy peculiar de conjuntivitis. La modalidad de "por inclusión" hacia referencia a la transmisión de una infección ubicada en otra parte del cuerpo, al ojo por la mala observación de las mas elementales normas de higiene. Al final de la explicación se topó con el temido "véase: MERCURIUS SOLUBILIS." Algo había salido mal, la infección no lo abandonaba y ahora para colmo no podía esconderla porque al ojo enfermo estaba a la vista de todos.
Decidió hacerse un examen de enfermedades venéreas. Le tomaron muestras de la secreción del ojo, de la orina y de la sangre no habiéndose detectado absolutamente nada extraño. Fue a otro laboratorio para tener una “segunda opinión” y, como tampoco pudieron encontrar nada que pudiera explicar la presencia de tan evidentes síntomas, la enfermera le recomendó que fuera a la Unidad Experimental de Medicina Tropical del hospital Universitario. Allí, según ella, se ocupaban de los casos extraños.
Ya en la consulta, la una enfermera de edad ya madura, se atrevió a diagnosticar la posibilidad de que se tratara de un tipo de enfermedad venérea poco común en Venezuela denominada "clamídeas". Esta enfermedad había sido muy conocida entre los reclutas europeos sobre todo en ingleses durante la segunda guerra mundial. En latinoamérica sólo habían sido hallado casos muy aislados, y la existencia de ellos se asociaba con la posesión de una cierta especie de loros. Esta enfermedad era muy dificil de detectar puesto que la infección se localizaba nivel intrácélular y los procedimientos de extracción y análisis de muestras en estos casos eran extremedamente delicados y costosos. Mayor susto tuvo cuando se enteró que el procedimiento para la toma de muestras era mediante la penetración de una sonda por el conducto urinífero...
Raúl no volvió jamás al consultorio del Instituto de Medicina Tropical. Prefería morir de clamídeas, además ya comenzaba a sospechar de que allí tampoco le encontrarían nada. Él, ni tenía loros ni tampoco era recluta ingles...
Habían pasado dos semanas desde que había amanecido con la infección ocular. Ya, despues de mucho meditar, se convenció de que lo mejor era visitar al médico homeópata de la familia...
Al llegar al consultorio, había otros cinco pacientes en la sala de espera. Se sentó en un sillón de goma espuma forrado con semicuero rojo que quedaba libre en la sala de espera. Al cabo de unos minutos se quedó dormido con la cabeza echada hacia atrás y con la boca abierta. Cuando le tocó su turno vino la secretaria a despertarlo. Estaba empapado de sudor. Notó que la sala de espera estaba repleta de pacientes que no había visto al entrar. La gente lo miraba con cierto desagrado. Pensó que seguramente los habría atormentado a todos con sus ronquidos. Sin embargo, cruzó inmutable la sala por el frente de todos los pacientes y entró al consultorio. Ya adentro, percibió un brusco cambio de atmósfera. De la iluminada sala de espera, se pasaba a una habitación toda forrada en madera con muebles de cuero oscuro y cortinas semiabiertas que dejaban pasar muy poca luz al interior. Al fondo había un gran escritorio de caoba y detrás de él, un enorme señor canoso, de piel blanca, de voz muy débil y de acento andino, que lo invitaba a sentarse frente al escritorio mientras se levantaba pidiendo que lo disculpara porque habría de ausentarse por un instante.
Detrás de la silla del doctor, sobre una repisa de madera, vio una pirámide de vidrio como la que había visto en casa de una amiga suya que se las daba de esotérica. Al otro lado de la repisa había una gran biblioteca donde los libros yacían acostados debido a lo alto del lomo. Eran libros muy viejos, empastados en cuero. En una de las paredes laterales colgaban fotos. Se trataba de recuerdos de la asidua asistencia a alguna convención o evento de médicos homeópatas. Lo curioso era que en todas las fotos aparecían las mismas personas y aprecriarse la secuencia de cómo habían envejecido a través de los años. Buscó al doctor entre las personas de la foto y notó que siempre se ubicaba en el mismo lugar: arriba y a la derecha, casi imperceptible, con una leve sonrisa de medio lado y con la pollina tapándole el ojo derecho. Al cabo de unos minutos, regresó el doctor con la ficha que había llenado la secretaria con los datos de Raúl.
- Con que Raúl Olivares. Hasta que te decidiste a venir- le dijo el doctor y caminando hacia el escritorio prosiguió - por lo que veo, tienes una infección bastante incómoda en el ojo ¿desde hace cuanto la tienes?- Preguntó.
- La del ojo desde hace poco menos de un mes- respondió Raúl.
- ¿Es que acaso tienes otra infección?
- Si, por las mañanas amanezco con el interior manchado de una pus que segrego por el pene. Ya me hice pruebas en dos lugares diferentes y no lograron encontrar nada- le dijo mientras le entregaba los exámenes al médico.
- ¿Sudas mucho por la noche?
- Si, a eso de las tres de la mañana despierto con las sábanas totalmente mojadas.
- ¿Vas al baño con regularidad?
- Si, siempre por la mañana a eso de las diez y en la noche después de comer.
- ¿De qué color es tu orina últimamente?
- Amarilla clara.
- ¿Te duele al orinar?
- Me arde un poco.
- ¿De qué color son tus defecaciones?
Marrón chocolate.
- ¿Y qué consistencia?
- Pastosa.
El médico iba anotando cuidadosamente todo en una libreta, mientras que hojeaba uno de los libracos que había sacado de la repisa de madera..
- ¿Te da flojera durante el día?
- Si, a media tarde me entra un sopor que me hace cabecear en clase y, por la noche, me cuesta concentrarme en los estudios.
- ¿Te irritas con facilidad?
- Últimamente si.
- ¿Te molesta la luz del día?
- Con la infección del ojo me molesta un poco.
- Y el sudor nocturno del que hablas ¿hiede?
- La verdad es que no lo había notado hasta que un día la señora que limpia en la casa, al entrar a mi cuarto una mañana dijo que olía a tigre enjaulado.
- Sudor fétido- dijo el médico mientras leía en uno de los libros.
- ¿Y al despertar por la mañana recuerdas tus sueños?
-Generalmente si, y últimamente he tenido pesadillas con esto de la infección. Sueño que me introducen una sonda por el pene para hacerme un examen de la secreción y cuando despierto ya no me puedo volver a dormir.
- ¿Te sudan las manos?
- No, al contrario, las tengo siempre muy secas.
- ¿Y los pies?
- Tampoco.
- Pies y manos secas- repitió el médico- ¿y el apetito? pregunto de repente.
- He perdido un poco el apetito pero la sed, es insoportable. Sobretodo durante la noche.
El médico, dejo de hacer preguntas y se concentro en sus notas. Las comparaba una y otra vez con los libros. Se levantó de su silla, cogió otro libro de la repisa de madera y lo abrió por el final donde hojeó el índice. Busco la página de la referencia que buscaba y puso el libro sobre el escritorio. Raúl no podía ver desde su posición el contenido de la página y tampoco se atrevió a levantar la vista para lograrlo. El médico volvió a su puesto, tomó una libreta de récipes y anotó algo. Arrancó la hoja de la libreta, la introdujo en un sobre y se la dio a Raúl diciéndole:
-Compre en una farmacia homeopática eso que le estoy recetando, lávese bien el ojo cada tres horas con agua de manzanilla y vuelva dentro de tres días. Que tenga muy buenas tardes Sr. Contreras.- Dijo el médico dirigiéndose a la puerta para despedirlo. Ya afuera, no pudo aguantar mas la curiosidad: abrió el sobre y pudo leer con sorpresa: MERCURIUS SOLUBILIS D12.
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