Puede ser que hoy la mesa cojee de una de sus patas. No importa. Quizás el sol se haya decidido a no descorrer sus visillos hoy y nos castigue con un día gris. No tiene caso. Puede que el café nos haya parecido desabrido, que no hayamos encontrado lo que buscábamos en los cajones de la cómoda o del velador. Que más da. Puede que el perro no haya ladrado, que el suplementero decidiese no vender sus periódicos esta mañana, que el vecino aquel diese vuelta la cara para no saludarnos, que el timbre de la puerta no funcionara, que el microbús no se detuviera, que hoy fuese viernes y no martes, puede ser, puede ser. Lo que parece inconcebible es que por más que nos esforcemos, por mucho que queramos eludirlo, una especie de pena que crece como un tsunami de lágrimas reprimidas, está a punto de desbancar nuestra compostura porque esa amiga con corazón de niña, ese ser chispeante que irisa nuestros días con sus coloridas narraciones, ha decidido romper la simple rutina del encuentro cotidiano, apagando momentáneamente su voz potente y decidiéndose a transitar por los silenciosos senderos de la introspección.
Puede que mañana sí, el sol se decida a deslumbrarnos con su corona radiante, que la mesa se afirme orgullosa en sus cuatro patas, que la exacta mixtura de azúcar y café nos permitan deleitarnos con ese néctar vigorizante, puede que todo funcione a las mil maravillas y que los hechos y las cosas se ensamblen según lo presupuestado. Puede ser. Pero mientras Anémona continúe buscando secretas respuestas a sus acuciantes preguntas y no asista a este encuentro de letras y sentimientos, algo estará funcionando reverendamente mal en este prosaico sistema…
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