Era un cuarto blanco, cuadrado y blanco. Profundamente blanco, sinceramente blanco. Necesitaba líneas, curvas, colores, matices. So tired of the straight lines. Blanco. Lo llené de globos llenos de pintura, los reventé tirando dardos, desgraciando su integridad, haciéndolos reventar para ver eso que le faltaba, eso que necesitaba, eso que no estaba ahí.
Y ahora bien, sólo quiero blanco. Todo se lleno de brumas, de penumbra de colores que no tienen comparación, que no se ven el uno al otro frente a un espejo ni se pueden reconocer. Eso no pasaba en la vida real. Todo aún estaba vacío, saturado, pero vacío.
No sé si un cuarto blanco es lo que se necesita, cuadrado y blanco. Quiero rayas, colores armónicos, quiero texturas, quiero sabores, aromas, todo por montones equivalentes a lo que no puedo, pero quiero tener. Quiero luz, quiero sombras. Quiero mariposas en libertad, que vuelen a las ventanas sólo porque quieren, porque sienten que así tienen que hacer las cosas, no por obligación, si no por pura y plena satisfacción. Quiero mariposas blancas, y si se puede, cuadradas. Quiero una que otra mariposa monarca, porque se van y vienen, y me recuerdan que los colores no van a ser siempre los mismos que antes.
Ojalá y el cuarto se derrita, pierdas sus aburridas líneas y puntas, quiero un cuarto de crema chantilly. Con chispitas de colores. No manchas, chispitas. Sparkling chispitas, quiero brillo, quiero luz.
Un cuarto blanco de crema chantilly, de forma irregular, con chispitas de colores que no se derritan y no manchen las superficies, que brillen ahí.
MI cuarto blanco y de forma irregular, de crema chantilly. Y con chispitas.
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