El Súcubo
Lo que estoy a punto de narrar, no pretende como muchos de los cuentos o relatos que se escriben, intentar instruirte o convencerte de los hechos que se describirán aquí, tampoco debe ser visto como un mero entretenimiento pueril con el cual se satisface un simple morbo ni mucho menos, es solamente la descripción de una posible fantasía nocturna que se presentó a mí cierta noche fúnebre del mes de noviembre…
Ya es una costumbre para mí, el hecho de ir a dormir aproximadamente después de las dos de la madrugada, sin embargo, las tareas a las cuales me había sometido a lo largo del día, provocaron en mí, ya desde temprano en el ocaso, un sopor indescriptible y misterioso que se arraigó en mi cuerpo desde el centro de mis huesos y emanaba de mi piel ese aroma calido con que nos reviste cada vez el letargo PRE-onírico. Era como si un embrujo muy poderoso se hubiese apoderado de todos y cada uno de quienes vivimos en esta pequeña casa de aspecto abandonado, antes siquiera de que la noche cubriera con su penumbra los colores del ocaso, ya estábamos todos recostados en nuestros lechos, como dice mi madre, “bien dormidos y desentendidos”: si no hubiese sido yo quien protagonizó de alguna manera u otra lo que apunto describiré, yo mismo no lo habría creído.
Mas tarde, a la madrugada del día siguiente, antes siquiera de que las aves de ornato quebranten el mutismo del alba con su estrangulado canto, entre sueños sentí una extraña necesidad de abrir los ojos (no se si aún medio dormido) y permanecer completamente callado e inmóvil mientras una voz femenina, muy suave y delicada, susurraba mi nombre al oído. Sentí esa presencia recostada a mi lado como una excitación repugnante que se apoderaba de mí cuerpo y mis pensamientos grotescos más impuros, percibí arraigado a mi piel un escalofrío paralizante que recorrió desde la punta de las uñas de mis pies hasta la punta de los vellos de mi nuca. Tuve miedo en algún momento, pero pronto desaparecía mientras sentía como una mano calida se colaba por debajo de mi ropa de dormir… miré hacia un lado por encima de mi hombro y una mujer delgada como cadáver y pálida como el claro de luna, se mostró ante mi con un largo cabello negro y ondulante que se enredaba con el mío sobre la almohada. Me miraba fijamente a través de unos hundidos ojos grises de cuencas profundas y oscuras como dos posos con fondo en el infierno, su cara inexpresiva jadeaba prolongadamente a escasos centímetros de la mía.
La mujer llevaba puesta únicamente sobre su cuerpo una transparente bata de dormir que revelaba, como una tela translucida de media, cada silueta de su cuerpo flaco y costilludo, podía ver através de su batín un par de senos blancos y tersos iluminados con el brillo mortuorio de una luna que se abría paso entre la grieta formada por dos cortinas entreabiertas. Su boca se acercó a la mía y el aroma de un extraño perfume desconocido de miel y sangre serpenteó hasta mi nariz con un disfraz de lujuria hasta el momento en que sus labios carmín se fundieron apasionadamente con los míos.
Luego ella me desnudó con sus manos finas y blancas mientras delicadamente se colocaba sobre mi con su nauseabunda voluptuosidad temblando en mis manos. Sentí una tibieza húmeda que se apoderaba de mí, cubriendo primeramente mi masculinidad y subiendo como aceite fino por mi vientre, mientras, escuchaba los susurros y suspiros de la mujer que se movía sobre mí repitiendo con esa voz delicada y perfumada mi nombre. Aquél acontecimiento infame llegó a su clímax con una explosión que me fundió desde las entrañas cuando el súcubo gimió por ultima vez temblando sobre mi cuerpo sudado y débil.
Todo se volvió borroso y obscuro… desperté no se como ni a que hora, nuevamente dentro de mi habitación mientras un débil rayo de sol se colaba tímidamente por en medio de las cortinas negras de mi cuarto, era de mañana, tal vez de tarde y el movimiento y el sonido de nuevo invadían los pasillos de la casa. A nadie dije nada de lo que en ese momento creí era un sueño.
Ese mismo día, antes de prepararme para abordar el autobús, de manera casual, mientras buscaba en el pequeño librero de la sala un tratado sobre la estética, encontré acomodado entre los libros de literatura, un álbum fotográfico rojo, viejo y empolvado, por simple curiosidad lo abrí, como es costumbre, al azar y por la mitad mientras descubría aterrado y con monstruoso asco, una fotografía donde aparecía mi joven padre muy sonriente, con su rostro y cuerpo idénticos al mío, sujetando la mano de aquella mujer fantasmal con quien compartí la cama aquella noche. Mi madre me vio sujetando con manos temblorosas la fotografía y con una sonrisa fría y apática dijo:
“Es tu tía Leonora, la encontraron muerta en tu cuarto antes de que nacieras”. |