cogí el teléfono y lo llamé... contestó con su voz caída, quizá por su edad, o porque recién se levantaba... le pegunté cómo se sentía... bien, muy bien, respondió. hubo silencio entre ambos porque no sabía qué decir... no te preocupes, me dijo, todos vamos a llegar a esta edad, donde nadie se pregunta qué habrá mañana... tan solo cierras los ojos y recuerdas cosas que has vivido y sientes que quisieras volverlas a vivir... la gente me mira cuando paso por las calles... quizá sea por mi edad, pues, ya sabes que tengo más de cien años y aún puedo ver, escuchar, leer, andar y... claro, menos eso... pero, sigo adelante, como hacen los camellos o los elefantes... le pregunto qué puede esperar para el mañana. me dice que nada, tan solo abrir los ojos, respirar lento, mover los miembros y sonreír, sentir que vivo, que respiro, que tengo mi cuerpo intacto y casi sano, tan solo la soledad, que no es tan pesada como imaginaba, es como un cuarto lleno de fotos de la gente que ha pasado por nuestras vidas y uno las mira y recuerda, siente como si estuviera allí mismo, allí, mirando, tocando, viviendo, pero, no, tan solo estoy en la soledad, como dios frente a su creación, mirando el fresco de un árbol, la cola agitada de un perro, los ojos enamorados de una mujer, el celo de una madre...
por un instante le sentí más joven, pues hablaba al universo, y parecía ser escuchado, como un todopoderoso, dueño de su instante de vida, sintiendo que todo es así, un respirar y volver a respirar, hasta que en una de ellas, se va como una hoja vieja de un árbol... colgué el teléfono, es seguro que seguía enamorado de la vida, de sus cien años, de su dorada soledad...
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