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MÁS QUE UN RECUERDO

A lo lejos se veía venir, caminando hacia el establecimiento, a una anciana que llevaba una pañoleta floreada cubriendo su cabeza. El viento de la tarde hacía que sus pasos se aprecien como en cámara lenta; su figura delgada, la mirada escondida, aquél vestido pasado de moda, hacían de ella una aparición casi espectral, nada que guardara relación con el parque de esculturas vanguardistas, rodeado de edificios modernos, de autos de lujo y de gente muy parecida cada quién de cada cuál en esa parte de la ciudad.

“Atendemos hasta las 7 p.m.”, terminaba de decir Marcela a un cliente que no compró nada, pero que ofreció volver en otra ocasión.

A través del amplio vitral de “Artículos Usados” pudo verla acercarse. Parecía no tener intención de detenerse. Sin embargo, antes de perderse de vista, ella se detuvo, levantó la cabeza y se cogió el mentón aguzando la mirada. No era la primera vez que pasaba por ahí con un rumbo que nadie conocía, ni se interesaba en conocer. Sonó el teléfono y Marcela se volvió a contestar. Para cuando terminó de despedirse de su prima, tuvo enfrente a la anciana.

- ¿En qué puedo ayudarla? – preguntó cariñosamente.

La visitante se mantuvo en silencio, con la mirada inquieta, girando la cabeza de un lado a otro.
- ¿Abuelita, dígame qué busca, o qué necesita? – insistió.

Luego de un minuto, y después de haberse despojado de la pañoleta, la anciana le mostró una preciosa pulsera de plata fina. Marcela seguía confundida.

- ¿Quisiera comprar algún artefacto con esto?

La reserva de aquella misteriosa mujer empezaba a impacientarla, pero no quiso ser descortés, ni con gestos ni con palabras; prefirió entonces concentrarse en las manos arrugadas que sostenían la joya.

- Sabe usted... –dijo por fin con voz temblorosa- en la vida solo cuentan los recuerdos, los buenos recuerdos –hizo una pausa para suspirar-. Esta pulsera significa mucho para mi, aunque ya no es de mi entera propiedad.
- Comprendo –respondió Marcela un tanto impresionada por lo escuchado.
- A mi edad, sólo vivo del buen sabor que me dejó el amor, las buenas acciones para con el prójimo, pese a que mis últimos días sean de completa soledad, mal acompañados de una angustia que yace en mi corazón.
- Puedo imaginar las dificultades que atraviesa, señora.

Las dividía el mostrador, sus propias realidades y un motivo inexplicable para que suceda este hecho. En algún momento, tal vez antes de preguntar si en algo podía ayudarla, Marcela supuso que se trataba de una menesterosa, y ahora que se encontraba cerca de la caja registradora se proponía a sacar unas monedas cuando la anciana volvió a hablar:

- Tuve dos hijas y un marido que el destino no permitió que viviera más de cincuenta años...Dos gemelas, ¿sabe?
- Supongo que ellas se ocupan de usted.
- Supone mal. Una de ellas murió al siguiente día de nacer y la otra...
- ¿Qué le sucedió?

De momento, la anciana quedó pensativa, ensimismada, refugiándose quizá en un recuerdo lejano, en una risa de niña traviesa, o en el agudo –e interminable para ella- sonido de las campanillas que se produjo al abrirse la puerta. Era el cliente anterior, ya decidido a llevarse la colección de copas de cristal. La transacción no logró aburrir a la anciana; el tipo se marchó contento y Marcela retomó la conversación, pero apartándose del tema:

- Entonces...¿quiere negociar la pulsera, está interesada en comprar algo para su casa? –propuso con su natural entusiasmo.
- No me hace falta nada en casa. ¿Qué podría necesitar una vieja como yo que sólo espera la muerte? –respondió sin inmutarse.
- Bueno, yo pensé...-trató de ensayar respuesta para aliviar aquél mensaje.
- Lo único que necesitaría para descansar en paz es hallar a mi hija.
- Entiendo.
- Y tú te le pareces mucho, diría que eres idéntica, y a la vez sé que es imposible –la anciana se entristeció de pronto-. Siento molestarte.
- Abuelita, mamita, no se preocupe –la consolaba Marcela, con el brazo estirado y la mano en su mejilla-. No es molestia.

Sintieron que el silencio era suficiente para entenderse en una situación así, se quedaron viendo cargadas de una energía desprovista de desconfianza, contagiadas de un espíritu reconfortante, estaban al borde de las lágrimas, enternecidas ambas.

- Esto es para ti- mencionó colocando la pulsera en la muñeca de Marcela.
- Pero...
- Ya no me queda mucho tiempo.
- No comprendo.
- Las veces que he pasado por acá me he quedado sorprendida por tu cara, por tus gestos; he llegado a creer que mi búsqueda ha terminado.
- Esto no es posible.
- Tú me la recuerdas demasiado. Acéptala.

Permanecieron sin pronunciar palabra. La anciana volcó su expresión de consternación a una de sosiego, pero sin atisbos de felicidad por lo ocurrido. Por su parte, Marcela continuaba sobrecogida y sin atinar explicaciones. Luego de un delicado abrazo, la anciana abandonó el establecimiento con su pausado andar, con su pañoleta cubriéndole el cabello cano y con un adiós sobrentendido y para siempre.

Al día siguiente, cuando despertó, Marcela se dio cuenta de que había vuelto a tener ese sueño recurrente, donde recibe la pulsera que encontrara hace algún tiempo en el parque, nuevamente se formula las mismas interrogantes: ¿quién será la anciana?, ¿qué significado tiene el sueño? Al no encontrar explicación rápida, decide apurarse, pues “Artículos Usados” abre a las 8 y cierra a las 7.

Texto agregado el 17-11-2010, y leído por 319 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
28-09-2011 Bella historia. Mejor redacción. Catapulta hacia la niebla, el misterio y la sorpresa. ZEPOL
26-08-2011 El relato me ha parecido muy bueno; sin embargo no estoy de acuerdo con la opinión del final que propones. El final del cuento es cuando la viejecita dice adiós para siempre. El último párrafo, me parece que sobra. Aún así, me ha gustado mucho. maparo55
11-08-2011 Me parece interesante la forma como planteas los hechos, y me impresionaste con el final, porque hasta el ultimo párrafo estaba pensando en otro. Buen relato. huallaga
09-04-2011 Un cuento que encierra más de un misterio; el misterio de la vida; el de la muerte; y el de la afinidad a través de los recuerdos. Un cuento verdaderamente emocionante. Un abrazo. josef
04-02-2011 Una historia que queda flotando, que no entrega una solución, y que sin embargo me deja con la sensación de que así está bien, que es el mejor final para el cuento. Muy bien logrado. loretopaz
05-01-2011 {}.. anco
28-11-2010 Qué buen texto, sobrecogedor y el final, sorpresivo, atinado, como cuando uno se come un rico chocolate luego de una cena regada. Agradecida. maria_eleonor
19-11-2010 Vine al encontrarte en un libro de visitas y qué bueno ha sido leerte. La historia y tu forma de relatarla me han emocionado,atrapado. Es bellísima. Ha sido una suerte ********** Victoria 6236013
19-11-2010 Sr. VARGAS, SR. vARGAS, ES USTED PARIENTE DE PEDRO VARGAS, EL SAMURAI DE LA CANCIÓN? Y LA VIEJA DEL CUENTO ES SU ABUELA, DEL CANTANTE CLARO, SR. VARGAS, SR. VARGAS YA TOMECE SU CERVEZA QUE YA ESTÁ OPAGADA, EH? QUE HAY QUE IR A CHECAR LA SALIDA, EH? NO SEA BRIAGADALES SR. VARGAS, EH? marxtuein
19-11-2010 desde el mismo título, sugerente, el cuento se arma encima de una situación no ordinaria, pero tampoco irreal, y en torno de esa posibilidad aparecen los detalles y gestos de marcela y la anciana, en frases e imágenes muy sólidas (por su belleza y romántica precisión); en medio de esto llegamos al final del cuento que es el comienzo del misterio que se ha insinuado: qué relación hay entre ellas, tanto más bello cuanto se sugiere, y allí creo yo está la gracia de tu historia. qué bueno es leerte de nuevo, he creído notar un gran avance. saludos cordiales quilapan
 
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