Alberto Normal era todo menos aquello que indicaba su apellido.
Algunos lo tildaban de excéntrico, otros de neurótico, algunos lo señalaban como un loco de remate y el resto simplemente aludía a su alcoholismo soterrado. Para mí, quien también tenía fama de orate, aquí en Puerto No (el verdadero nombre de la ciudad penquista), se trataba simplemente de una divertida incógnita que trataba de aclarar en cada encuentro con el personaje en cuestión.
Siempre me han preguntado si me gusta la sociología, en cierto modo, la verdad, soy un sociólogo frustrado; me equivoqué al estudiar contabilidad, y sin duda un tipo como Alberto me generaba una gran cantidad de interrogantes respecto a cómo los contextos generan determinadas clases de individuos. Esta pregunta, me la hizo en su oportunidad la olvidable, desechable y totalmente despreciable Claudia Vildósola (alias Mamma la diuca). A propósito de tesis humanistas, le apunté cuando presumí que se metería con un apoderado del colegio de su hijo..….que más de una cocainómana adicta a los autos de color gris.
Al Sr. Normal lo conocí en un concierto de los “Marx Marambio”, una poco conocida banda de rock progresivo de Chiguayante, que manejaba el más falto de éxito de todos los mánagers, Sergio Córdoba. Lo cierto es que yo estaba muy aburrido con el concierto, que se desarrollaba en el Parque Ecuador. Todo el repertorio de la banda no era más que un odioso refrito de ELP, Genesis , YES y la Sonora Palacios. Puerto No es la mentira del rock chileno, y todos aquellos que de algún modo, ya como músicos o simples fans conocemos el desarrollo de esta música en la zona, lo sabemos y lo negamos también en un acuerdo tácito, que a estas alturas ya llamaría conspiración. Reconozco que Esteban, mi hermano gemelo, ha sido , a través de su pluma periodística, buena onda y contactos (amigo íntimo de Ricardo Mahnke, sólo escuchen la canción Puerto No de Los Prisioneros) desde 1988 uno de los principales impulsores de esta mentira institucionalizada en la cultura nacional, pero que carece de cualquier correlato cultural serio, más allá de tres copetes y un CD de XTC.
Eran las 20: 15 de aquel domingo 8 de febrero de 1992, cuando a este gordo Normal, con cara de amable le pregunté si estaba entusiasmado con lo que oía: - Son una mala copia del disco “Octopus” de 1972 de Capitan Progidy (banda galesa sin éxito) me contestó. Te invito una fanta le dije, ya que pocos conocen a ese grupo y me gustó tu capacidad de reconocer plagios. Me contó que estudiaba sicología en la Universidad Medieval del Nuevo Hoyo, yo le confesé simplemente estar en cuarto medio en el Colegio Decepción. Alberto me dijo que frecuentaba el templo Krshna, ya que los banquetes vegetarianos eran gratuitos y el no podía orar con el estómago lleno. Inolvidable será el episodio, muchos años después, en que engullirá un cuarto de vienesas crudas, delante de mi propia madre y sobrino, pero esos es otra historia…Finalmente, esa tarde y luego de hablar de música, libros, política y mujeres me invitó a su casa en el exclusivo barrio de “Clavos Bajos” sólo a 2 cuadras de la casa de la Pancha Pozo, mi eterno amor platónico. Tomamos tanto que incluso me animé a tocar la puerta de la Pancha, ella abrió y no tenía idea quién era yo (¿O eso sucedió años más tarde ? ).
Pese a verter constantemente buenos conceptos sobre Alberto, especialmente frente otras personas, comencé a observar su doble vida. A veces llegaba vestido de cura o mujer a las fiestas Spandex de esos años. Coqueteaba con todos, hasta conmigo, luego de un par de vodkas. Protestó en la Plaza Perú contra la represa Ralco, así como firmó por el primer colectivo neonazi legal de Chile. Normal amaba la literatura y la comida china, tanto como la música. No sabía de donde sacaba dinero para comprar cientos y cientos de discos. Estaba bien que sus padres fueran acomodados, pero nunca tanto. También le obsesionaban las películas de gángsters, así que llegué a saltar cuando lo vi conversando muy animadamente con Claudia Vildósola, una noche de aquellas en el “683”, el pub –discoteque alternativo de moda en Puerto No. Recuerdo ahora con candidez aquellas cajas en su pieza rotuladas como chilean pisco, con rumbo a Inglaterra. Más tarde sabría que él era dealer, y luego el líder oculto del cartel de Chillancito conocido como “El serrucho”. No olvidaba que su padre era marino mercante y tal como lo dijo en la India la adivina que llegaría a ser mi mujer, su madre y hermana viajaban 4 veces al año a EEUU y Europa.
Hoy siento nostalgia de aquel “amigo”, quien poco a poco me dio toda la confianza, pese a llegar con uniforme de colegio para conocer a su familia, sus raros conocidos e interiorizarme con sus negocios, rutas, puertos de embarque y distribuidores. Alguien que me abrió su corazón de forma sincera y algo retorcida, pero a quien finalmente tuve que asesinar para poder convertirme en zar de la droga del sur de Chile, ya que concordarán conmigo que la Normalidad no existe, es sólo cosa de opiniones.
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