(Cuento)
Autor. Virgileo LEETRIGAL
La madre amó al hombre; lo amó como nunca antes le había sucedido. Fue la primera vez que así se enamoró; y lejos de ser correspondida, fue abandonada con su pequeña hija.
Abnegada como solo era ella, lavaba y planchaba las ropas de familias amigas, para sobrevivir. Y pese a que la vida era muy cruel con ella, jamás perdió el optimismo ni la fe, menos la esperanza. Convirtió a su hija en su razón fundamental para vivir y luchar.
La niña; a sus tres añitos y meses, era muy inquieta, audaz e inteligente. Armaba los rompecabezas más difíciles; los que hallaba en las casas de los empleadores de su mamá. Recordaba y mencionaba, de memoria, ciudades capitales y presidentes de casi todos los países del orbe; también de las veinticuatro regiones de su país. A la vez, y cómo es lógico, era muy inocente y angelical.
La primera vez que la niña llegó a los brazos de su abuela materna; entre absorta, sorprendida y cavilante; miraba y remiraba su rostro longevo y arrugado como una pasa. Su curiosidad se acrecentaba como querer averiguar y hallar la explicación a todo, en ese instante. Con sus frágiles manitas frotaba las mejillas de la anciana, estiraba su piel como agrandando su boca, y observaba en silencio… Impotente, comprobaba que, ante todos sus esfuerzos, la piel siempre recobraba su estado inicial. Así, de inmediato, morían sus inquietantes deseos.
Finalmente, a la par que hacía esfuerzos para escurrirse de los brazos de la anciana, habló y dijo: «suéltame abuelita, traeré la plancha y dejaré a tu carita planchadita y bonita…».
Lima, 03 de marzo del 2010
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