El error está en comparar a los electrones con planetas que giran alrededor del sol. Puesto que un átomo está destinado a permanecer apelmazado con los otros de su especie. En cambio los astros tiene un inmenso espacio a su alrededor. No son pajaritos, no son ardillas, son electrones.
De lo que si podemos estar seguros es de que la materia tiene una energía implícita, que aun dividiéndola hasta su punto más crítico conserva esa potencia interior; que no obstante ni siquiera le pertenece al átomo pues es parte del conjunto de donde vino. La energía no está hecha para permanecer estancada sino más bien para viajar sin descanso.
Aun así la capa de Valencia es la epidermis del átomo donde orbitan los electrones, si es que se puede hablar de piel dentro de un bloque desecho, si es que se puede decir orbita a un diseño escencialmente fugaz.
De igual modo por suerte existen las convenciones, que sería ese modo común de decir las cosas. Entonces protones y neutrones están unidos por el espanto, de ver como su mundo desaparece ante la explosición; y el electrón es ese temor, que ante la injusticia de ver la barca naufragar sale de la emergencia saltando por la borda.