Una metálica sensación recorrió su cuello y espalda. Sus pesados brazos y torpes manos se enredaron en el retrato de Mamá, que siempre sonriente le miraba por si acaso no tuviere compañía. Una delgada línea carmín dibujaba continua un corazón sobre la mesita de madera y goteaba con pureza por cada una de las hendiduras del parqué.

No gritó, ni intentó defenderse de su reflejo. No huyó. Solo contempló la inmensidad, el deseo, impaciente y conmovido ya no pudo contenerse.

Las muñecas le miraban con gesto impasible y tubitos generosos. El calor sobre los hombros y el cabello enmarañado le recordaron un amor que nunca volvió, un hijo que nunca tuvo, un poema que quiso escribir y quizás una mentira para poder empezar.

La noche resucitó y su nombre quedó colgado de un cable. – Si fuiste humano alguna vez lo comprenderás –

Despierta…