MANOS DE CHOCOLATE

Buenos Aires, Argentina. 12 de Febrero de 2010

Señora: Anabel Kubrick

Querida hija.

De pequeño fui entrañable amigo de la soledad danzábamos felizmente entre canticos, sonrisas, parques y días de bicicleta. Entre los aires huracanados de mi juventud floreció una mujer su mirada. Se acercó, danzaron nuestras sombras en la playa, cada palabra, cada silencio, sedujo nuestras formas, nadamos entre espesa agua salada, nos zambullimos como ballena en el azulejo. Fruto de esta armonía y esa noche con sueños frágiles y volátiles naciste tú Anabel. Años maravillosos pasaron mientras tu rostro tomaba forma de mujer y luego el sueño del amor irrumpió la casa, marcó el adiós y vi tus pasos alejarse de mi vida.

Sin embargo te recuerdo distante de esta pesadilla que me asecha con sus demonios te recuerdo muy bien Anabel riendo con tus manos pegajosas de chocolate, dando pequeños pasos en la cerca, con la mirada terca y coqueta de tu madre, reías de mi necio cabello, dormías en mis manos mientras leía para ti una historia, aquellos recuerdos cincelaban mis lagrimas detrás de la trinchera.

Fue aquel junio de 1987 cuando los vientos de la guerra oficiaron mi vida ¿Recuerdas? En aquel entonces eras una chiquilla. Te confieso que en esa guerra fui cogiéndole cariño a la muerte, de noche salía a saludarla mientras limpiaba mi fusil y preparaba las municiones advertía su rostro y la saludaba con cordialidad, a veces me burlaba de ella, lamia sus heridas y remendaba su capa.

Enmudecido entre un carnaval de calaveras temí por ti. Hay demasiadas guerras en este mundo, en el cuartel nos enseñaron a odiar y el odio crecía entre nosotros, dime Anabel ¿Cómo crear paz entre los hombres? ¿Cómo hacer que vivan en armonía? Corría con mi fusil por veredas y montañas buscando una respuesta pero no hallé sino desgracias, las marionetas de la muerte se reconstruían y los hilos sin dueño se entretejían en otra marioneta.

Ahora en este hospital entre sabanas blancas y desayunos insípidos renace mi desgracia. En estas salas de espera y escaleras sin salida, en esta habitación, aguardo como un ave de angustia sin rumbo tu presencia. Te espero, inmóvil y taciturno compartiendo en pena un eterno sacrilegio de despedida con pequeños animales furiosos que se tragan mis palabras en este paupérrimo paso a la muerte, el dolor lame mis venas, se apropia de mis huesos y toma forma mientras que en mi cuerpo se desencadena una batalla.

Entre los ires y venires de este hospital endemoniado se ramifica mi sangre en los vertederos de la muerte, se ciega un suplicio a la euforia de la soledad ¿Quien canta ya en esta tierra desolada por el polvo? ¿Quien me regala una rebanada de compañía? ¿Quien ha de atreverse a reversar el mundo y hacerlo ameno a la vida? Tal vez nadie se atreva a adular la ventura, tal vez se quemen mis herejes palabras en la hoguera, quizá se desnutra la fama y la conciencia, a lo mejor se remuerda el saber y resulte de nuevo con una hoja en blanco levitando en mis manos creyendo haber amado.

Más mi vida atada a este tonto sentimiento de vivir no logra zarpar, ven pronto Anabel no dejes que mi carta termine junto a las rosas de mi tumba, ven, tengo mucho que decir del guiñapo en que se ha convertido mi cuerpo, tengo que hablarte del alma que intento tragar cuando se escapa de mi boca, del aliento que tengo que guardar para poder mirar tu rostro de mañana una vez más. Si no alcanzas a llegar a la habitación del hospital, te espero en mi funeral, pero ven por favor porque te quiero.

Atentamente.
Samael Kubrick