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Inicio / Cuenteros Locales / SORDIMAN / SUEGRA* ¿Madre política?

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PRIMERA PARTE
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Vengo de pasar unos días en un paraje del litoral. Alquilé una rústica cabaña situada en lo alto de un acantilado con una vista al mar del ¡para qué te cuento! Quitaba el aliento.
A unos cincuenta metros se alzaba otra cabaña más grande y ostentosa que la mía. Divisé muy a la distancia a una pareja de edad avanzada que la ocupaba. En consecuencia, aparte del lejano ronroneo de las olas, allá muy abajo, todo era quietud y absoluto silencio, el ámbito ideal para escrutar con profundidad los meandros de mis interioridades inorgánicas. O sea, eso que suelen llamar espíritu.
La meta primordial: deshacerme cuanto antes de esa bola plúmbica de la cotidianidad que se pasea por todo el cuerpo para coagularse bajos los estratos fisiológicos y hasta llega a obliterar las circunvoluciones del cerebro y aledaños.
El objetivo final, quizá utópico, reencontrar la inocencia adánica perdida. Facultad que todos atesoramos en algún impreciso núcleo de nuestro antiguo interior (“l’uomo solo ascolta la voce antica”). Un estado blanco de “buen salvaje” que con el transcurrir del tiempo y sus calamidades “civilizadas” se va extinguiendo para dar paso al ego dominante.
II
Los dos primeros días de mi estada cubrí el primer tramo. El de la purificación. Una previa ablución con el agua lustral de la introspección para remover escombros Es decir, el rito propiciatorio que el Génesis designa con el simbólico nombre de “aguas”, pero que nada tiene que ver con la especial combinación de oxígeno e hidrógeno.
III
Día tercero. Permanecí estático en mi ventana ante un crepúsculo de frenesí, cuando un impertinente golpeteo de puerta me sacó de la abstracción. Era el señor vecino que venía a invitarme, para que, al día siguiente, fuese a tomar un vino en terraza de su cabaña. ¿Cómo negarme?
IV
Cuarto día. Ocho de la noche de cielo límpido, hora de la cita. Me recibió su esposa, una mujer menudita de rostro perfectamente oval, tez suave aunque marchita por una urdimbre de infinitas arrugas y un cabello cano ligeramente ondulado. Un par de lamparines con luz ambarina y el lejano sonido de una pavana barroca de Purcell ponían un particular toque de afabilidad al ambiente de la terraza. Todo confluía para pasar una amable velada bajo el firmamento estrellado. Tomé asiento en un sillón de hierro forjado entretejido con anea.
No tardó en aparecer mi anfitrión. Un anciano bonachón, aun bien plantado, de mirada huidiza color celeste-agua y prominentes orejas de soplador. Luego de intercambiar nuestros nombres, iniciamos una charla repleta de típicas intrascendencias. Mientras hablábamos, la esposa fue acomodando en la mesita de centro una botella de excelente tinto con sus respectivas copas de cristal y un generoso piqueo de quesos, paté, prosciutto, pasas con nueces y galletitas de soda. Hasta el momento, nuestro diálogo no había pasado de un cordial protocolo, con temas sin miga. Hasta que el espíritu de Baco dio pista libre al tema en cuestión. Mi vecino monologó a su entero placer con verba inflamada. Escuchémoslo:
»Jamás he visto una persona tan vituperada, tan escarnecida, oiga usted, como aquella que desempeña el muy noble oficio de madre política. No obstante sus muchas virtudes y grandezas, la suegra suele ser blanco persistente de mitos perversos y sobre todo de malintencionados chistes. Es cosa del diario tildarla de arpía, de víbora y otros vilipendios aun más grotescos y ofensivos. Es claro, como en todo orden humano y social existen excepciones de la regla, aunque este comportamiento no tiene nada que ver con el rol de suegra sino de la calidad personal de la misma.
»Lamento mencionarlo, pero en mi caso tuve poca o ninguna fortuna. ¡Vaya que el destino me premió con una joyita de suegra! Ni bien regresamos de nuestra luna de miel en Europa, ella se instaló en nuestra casa con el propósito de nunca más marcharse. Desde ese preciso momento, gradualmente se fue apoderando de nuestras vidas y de las decisiones de nuestro hogar Regimentaba a entero capricho la economía, nos marcaba los horarios según su conveniencia, decidía el menú de cada día, nos controlaba al milímetro y nos trataba como infantes dando órdenes a grito pelado.
»Tuve que ser ecuánime para poder soportar esta situación por más de un año. Hasta que tomé la decisión adecuada. Eché mano de una solución que no la indispusiera conmigo, que no afectara su autoestima, siempre respetando sus derechos como ser humano. Aplicando un sistema de mi creación para la convivencia pacífica, hasta la actualidad mi madre política no nos da problemas. Ahora siempre se siente tranquila, se ha convertido en una mujer muy dulce y siempre guarda un prudente silencio. En fin, es una dama de maravilla que no se inmiscuye en nuestras vidas. Por ello, yo la quiero mucho, cada día más. Venga, venga conmigo, entremos a la cabaña para que la conozca…«

V
Bastante intrigado, ingresé a la salita de la cabaña. El ambiente interior, de la pieza también estaba iluminado a media luz, La atmósfera rezumaba una mixtura de olores indefinidos. Algo entre pachulí rancio con cebollas y sahumerio de iglesia. Sea lo que fuere, se respiraba una hedentina que no gratificó en nada mi hipersensible olfato. El lugar estaba amoblado y decorado a la antigua, recargadas las paredes de cuadros con retratos de personajes del tiempo de Ñangué. Definitivamente, esta pareja no había venido a pasar unos días de verano sino que radicaba aquí.
Sobre el respaldar de un sillón de terciopelo granate se asomaba una nuca con cabello negro chivillo con apenas unas hebras blancas en los aladares. Peinaba exactamente igual a la esposa de mi anfitrión. Rodeamos el sillón hasta quedar frente a la suegra. Me llamó la atención que esta dama aparentaba ser mucho menor que su hija Ella estaba bordando con puntadas algo torpes unos enormes gladiolos multicolores en un lienzo. Ni siquiera se percató de nuestra presencia. Mi vecino posó su mano regordeta sobre su hombro para anunciarle:
– Mamita, este amigo ha venido a conocerte…
Pero la bordadora ni se inmutó. Continuaba impasible con su labor.
– ¡Ah, caramba! Olvidé que mi suegrita necesita de su estímulo.
Sobre la marcha, el viejo se aproximó a un fino “chiffonnier”, abrió un cajoncito y sacó un estuche de cuero marrón de donde extrajo un adminículo semejante a un modelo antiguo de teléfono celular. Y dijo:
– Ahora sí, ya verá usted que dulce en mi suegrita.
VI
Lo que ocurrió enseguida acrecentó mi perplejidad hasta lo indecible. El viejo se calzó unas gruesas antiparras, observó con detención el misterioso aparatito. Pulsó un par de botones, lo dirigió hacia su suegra y luego presionó una tecla roja. Sin duda, era un control remoto o algo semejante.
Como por arte de birlí biloque la dama elevó majestuosamente su cabeza, me miró con ojos de ternera satisfecha y me obsequió una afable sonrisa. Con una voz cantarina pronunció fluidamente:
– Es un verdadero honor conocerlo, estimado señor. Mi deseo es que usted se sienta como en su propio hogar y que mi angelito lo esté tratando como usted se merece.
– El angelito soy yo. –agregó el viejo con un mohín de nenito consentido– ¿Qué le parece mi mamacita querida? ¿acaso no es una verdadera maravilla?
¡Qué diantres iba a contestar! Si ni siquiera podía articular palabra, tenía la boca reseca y la lengua trabada. Temblaba sin poder controlarme, el corazón me palpitaba, sudaba copiosamente: todos los síntomas de un patatús ¿Acaso esa ‘cosa’ era una muñeca electrónica? Imposible. Yo había visitado el famoso museo de cera de Madame Tussaud y ninguna de las réplicas de los ‘famosos’ era tan perfecta, tan extremadamente natural. Además, la elasticidad de su piel, sus movimientos, su gestos, la fidelidad de la voz… todo, todo era exactamente igual al de un ser vivito y coleando. Cuando la vista se me nublaba y sentí la inminencia de un vértigo. Al verme tambalear el viejo me empuñó el brazo, diciéndome:
– Bueno, usted está un poco agitado. No es para menos, acaba de ser testigo de un prodigio. Además, es mejor que dejemos descansar a mi viejita. Como habrá comprobado al ver a mi suegra, no queda ni rastro de aquella mujer insoportable que le conté. Y todo ello gracias a una estrategia magistral y a la aplicación de un sistema inédito de cuya propiedad también soy autor. Pero qué le pasa hombre ¿por qué está tan rígido, tan nervioso? Es mejor que regresemos a la terraza. Usted necesita un vinito... O, mejor aún, alguito más fuerte…
(CONTINUAREMOS PRONTO)

Texto agregado el 11-11-2010, y leído por 173 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-11-2010 “L’uomo solo ascolta la voce antica” Se questo è vero, allora mi ascolti: L'inizio del testo mi sembra un po ricercato, ma da lì in avanti, la trama si dipana senza intoppi e con un ritmo ossessionante. Credo si tratti di un racconto meraviglioso, degno di un maggiore afflusso di lettori. Auguri tanti. Mi è tanto piaciuto!!! ZEPOL
11-11-2010 Uauu , ¡qué intriga has deslizado por aquí! me impresionó ...aguardaré lo que sigue =D mis cariños dulce-quimera
 
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