Tristeza, compañera de fechorías que siempre se bebe mis cubatas y deja ondeando mi melancolía. Da dos pasos, derecha izquierda, con un caminar pesado, cansino, cuando pesan los años, pocos, de rodar sin destino. Con la única compañía de mi Lady Blue. Mi amada tristeza, mi amante melancolía. Mirando por la ventana, una ventana que da al mar, a una playa. Está completamente desierta y hay dos sombrillas tiradas junto a dos toallas casi sepultadas por la arena mecida hacia el malecón de las palabras. Dos amigos van de la mano. Uno de ellos se detiene y se marcha llorando. Las huellas quedan visibles. La arena no tapa huellas, sólo tapa toallas. Llorando se marcha. La absenta me espera en la esquina. Hoy será cubata y no chupito. El absentismo, al fin y al cabo, muchas veces es positivo. Me ausentaré y dejaré puesto el dispositivo para que responda automáticamente cuando me llame la gente. Y la barba de dos semanas, es pereza y desgana. Al igual que mis párpados se han cansado de abrir la ventana a la playa, desobedecen y responden malhumorados, de mala gana. Bajaré las cortinas y esperaré a mañana, a ver si se han calmado, si ya no tienen la rabia y dejan la pereza de lado. Guardaré mis cosas en mis mochilas para mudarme de casa. Allá donde las ventanas no den a la playa. Donde en mi jardín, pueda formar una pila de recuerdos, para darlos fuego y esparcir las cenizas por la lejana montaña.
No quiero volver al mar nunca más, pero no puedo evitarlo. Seguiré viviendo a pie de bahía, sin poderla mirar.