Ella subió mucho antes que yo, como siempre la encontré sentada en un lugar junto a la puerta, mirando alternadamente a los demás pasajeros y al paisaje de Santiago. Ella siempre iba como lo hacía hoy, con su blanco pelo ordenado en un elegante moño detrás de su cabeza y un delantal de pintora abotonado hasta el cuello. Yo a veces alcanzaba a pillar un sitio libre para sentarme, y ocasionalmente lo cedía a una embarazada o un anciano, más hoy iba de pie.
Desde donde estaba parada pude darme cuenta, -después de tantos años observándola en el mismo recorrido- en todo el tiempo que compartimos coincidiendo en el mismo viaje, que sus ojos eran dulces y cargados, llenos al tope de amor y experiencia y con una chispa traviesa que se deja entrever si miras con cuidado.
Mientras el viaje continuaba dejando atrás esquinas, parques y avenidas, la micro iba llenándose más y más de pasajeros a medida que nos acercábamos al centro, la vi ofrecerse a llevarle la mochila y un porta planos a un joven con pinta de estudiante de arquitectura en Moneda con Alameda , y más adelante le dio quinientos pesos a un hombre que subió a tocar la guitarra a cambio de dinero; tocó un par de cuecas, una de Los Tres, y un valsecito chilote.
Yo la quiero, la amaba como una nieta quiere a su abuela, a su sonrisa pícara y a su delantal manchado de masas dulces, a los pendientes que usa desde 1976 cuando la dejó su esposo ahí sentada, y a la calma con la que ve lo que a su alrededor pasa.
Ella se subió mucho antes que yo, y me entristeció saber que se bajaría antes también. Durante todo este tiempo disfruté muchísimo su agradable compañía, unas veces como hoy, simplemente observándola a distancia, y otras tantas sentada a su lado compartiéndome secretos con olor a lavanda y trolebús, fui inmensamente feliz, y aunque puede ser arrogante decirlo, pero creo que ella también lo fue conmigo. Al pensar en eso no pude dejar de llorar, los demás pasajeros me echaban un vistazo incómodos mientras caía el agua por mi cara al obligare a mirarla levantarse camino hacia la puerta, bien despacito, donde tocó el timbre y sin más, se bajó.
Un escolar se bajó con ella y pude oír desde el fondo de la micro a una mujer sollozando resignada. Yo sabía cómo funcionaba esto, pero en mi interior no lo entendía por completo. Unos suben, otros bajan, pero la verdad es que en esta vida, todos vamos de pasajeros.
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