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Deilost miro hacia abajo…al gran y oscuro valle que se extendía a sus pies, en el cielo no había nubes y Luna, fría y blanca como de costumbre, iluminaba todo con una luz mortecina que parecía tener serias dificultades en lograr iluminar algo por completo. El camino que había recorrido Deilost durante todo el día, polvoriento y amarillo bajo la luz del sol, parecía ahora una senda fúnebre y blanca. La capa gris de Deilost revoloteo junto a él y con el sonido de la burda tela raspándose Deilost perdió todas sus dudas. Sonrió y con la confianza del conquistador, salto al precipicio. La caída, de236 metros y 45 centímetros, pareció solo de 1. Deilost sonrió de nuevo, entristecido por su incapacidad de hacerse daño físico y siguió caminando. Cerca del centro del valle en su parte más profunda y tupida de arboles, se hallaba un pequeño edificio. Parecía muy viejo y estaba hecho de piedra, con enredaderas subiendo por sus enmohecidas paredes, muchos se habían preguntado que hacia un pequeño edificio de piedra en un lugar tan deshabitado como aquel, sin embargo nadie había podido alcanzarlo, dado que las tupidas ramas y matas no dejaban paso alguno. Deilost se acerco al límite del bosque, tupido y oscuro, y entró. Las ramas y enredaderas se apartaban al paso del lento y jorobado titán de 1.98 que de no ser por su joroba mediría 2.10, como si no tuvieran ya agallas para impedir la entrada a su último visitante. Deilost siguió avanzando como si no las viera, acercándose más y más al santuario. Cuando se encontraba a 59 pasos de él, 14 sombras aparecieron cerrándole el paso. A pesar de que Deilost, sabia con que palabra podía detener la defensa, no la pronuncio. Dejo que las sombras se lanzaran hacia él y las destruyo brutalmente una por una, con descargas lentas y pesadas de su brazo izquierdo. Todas cayeron y Deilost siguió internándose en la espesura, tan espesa que ya casi no había luz. Cuando estaba a solo cinco pasos del santuario se abrió un claro y entro la luz como una inundación. Enfrente del santuario había un altar y sobre el descansaba el cuerpo de una mujer, de tez de nieve y ondulado cabello negro azabache. “negro como la noche” pensó Deilost y sonrió. Un rayo de luz caía sobre el cuerpo como si las ramas se hubieran apiadado del cadáver y le hubieran dado este último faro. Deilost se acerco más y vio que en el altar había una inscripción tallada. |
Texto agregado el 08-11-2010, y leído por 145 visitantes. (0 votos)
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