POEMA DE RESPUESTA A UNA CARTA
Temprano en la mañana del 23 de diciembre de 1989, llegué a Santiago después de 13 horas de agotador viaje en bus desde Valdivia, mi ciudad de adopción. Viajé a la capital sólo para estar en ella, por asuntos profesionales y por el día. Debía viajar esa misma noche de vuelta para pasar la navidad con mi familia.
Muchos recuerdos pasaron por mi mente en ese agotador día de trabajo. Entre ellos, las largas conversaciones con mi vecino y amigo Rubén, veinte años mayor que yo. Conversaciones de muchas tardes desde mis incipientes doce años hasta el día que dejé la capital para radicarme en Valdivia, cuando ya tenía veintiséis. Las recordaba muy bien, él había sido muy importante en mi vida, pues siempre estaba para aconsejarme y pasearme por su cultura asombrosa para mí en esos años. Me llevó a la música clásica y a la ópera su pasión de años, me hizo leer muchos de los libros de su biblioteca. Siempre me intrigó, cómo un dibujante publicitario, que laboraba en su casa, pudiera apasionarse tanto por la cultura. Sumido en esos recuerdos, terminada mi labor y, antes de ir a cenar, para posteriormente tomar mi bus que me llevaría de regreso a mi hogar, me dirigí a visitarlo, pues ya no tenía la casa paterna que colindaba con la casa de Rubén, mi padre había fallecido el 83 y mi madre el 86, y en acuerdo con mis hermanos se había vendido la propiedad pocos meses después que ella nos abandonara.
Llegué a su casa contento de poder conversar nuevamente con él, lo que habitualmente hacía cuando viajaba a Santiago, pues sus conversaciones me deleitaban, aunque ellas no fueran más allá de una media hora. Toqué el timbre y me recibió su esposa, la que no me hizo ingresar a la casa como tradicionalmente lo hacía. Se limitó a decirme que su esposo no me recibiría, pues no tenía ánimo de ver a nadie. Aparte de lo extraño de la situación, noté amargura en su rostro. Al ver mis interrogantes en pocas palabras me contó que a Rubén, los médicos le habían detectado un cáncer terminal y que su proyección de vida no era más allá de dos meses. Impactado con la noticia y sin poder hacer nada, me fui a cenar a casa de un familiar, en la que me recibían cada vez que hacía estos viajes relámpagos a la capital. Profundamente emocionado, antes de la cena escribí una larga misiva para Rubén, la que antes de ir al terminal de buses la pasé a dejar a su casa. Esperaba poder volver antes de los dos meses, al comienzo de mis vacaciones de verano. Así lo hice, llegando el 26 de enero de 1990 y, en el mismo día de mi llegada fui a visitarlo. Ahora la noticia que me esperaba era infausta. Mi amigo, mi maestro de vida, había muerto diez días antes. En su casa después de las condolencias respectivas, al inquirir si me había escrito alguna respuesta a mi carta, me entregaron un poema, que suponían era para mí. Posteriormente supe, no sé por qué amargura, destruyó todos sus escritos, narraciones, cuentos, ensayos, poesía y todavía creo que escribía una novela, que también debe haber destruido. Sólo el poema se salvó, posiblemente, como el único legado que nos dejaba, pues sacó varias copias, que las repartió entre los que más estimaba.
Hoy después de catorce años, revisando papeles, entre mis antiguas carpetas, me encontré con la carta y el poema, las que ya creía perdidas y sin poder recrear en ellas, por mucho tiempo, las tantas emociones encontradas que me sucedieron entre ese 23 de diciembre de 1989 y el 26 de enero de 1990.
Para poder finalizar esta narración y a objeto de compartir esta historia entre las almas sensibles que se puedan emocionar como yo y, al mismo tiempo dejarla a la memoria de Rubén, las entrego para su publicación, como un anexo a esta narración.
Santiago, 23 de Diciembre de 1989
Estimado Rubén:
Es difícil poder empezar a comunicarte algunas ideas que se me agolpan en la cabeza, sobre todo sabiendo y comprendiendo tu especial, difícil y conflictiva situación.
No pretendo de modo alguno, interferir tus pensamientos con asuntos que, por lo general son de buena crianza, lo que intentaré es ir a lo profundo de tu situación entregándote, si me lo permites, dos ideas que quisiera reflexionaras; más adelante en el tiempo te daré otras. Perdona mi osadía, pero lo hago sin ninguna petulancia, todo lo contrario, mi interés es sólo poder ayudarte en la medida de mi poca capacidad.
El ser humano quiéralo o no, en lo más recóndito de su corazón, tiene latente la idea de la trascendencia y eso tú lo entiendes a la perfección, pues sé que siempre ha primado en ti la honestidad y ella ha sido sincera, pues tu eres sincero contigo mismo. Esta trascendencia se puede manifestar de distintas maneras, por ejemplo, con la inteligencia, con la bondad, con el interés de servir a los demás y en general entregando valores para formar individuos que sean útiles a la sociedad. Esta entrega puede ser conciente o inconsciente y eso es lo que distingue a las personas, pues en el caso mío, debe ser conciente y una obligación, ya que eso es parte de mi profesión; pero en cambio, tú lo has hecho de una manera inconsciente y eso es lo que la hace más valiosa. Tu modelo, tus enseñanzas, tus consejos han caído en campo fértil, al menos en mi persona y reconozco que gran parte de las cosas positivas que yacen en mí (a pesar que tengo muchas negativas), te las debo y más aún creo que un buen porcentaje de mi personalidad, es obra tuya y, en múltiples oportunidades y a muchas personas se los he hecho saber. En suma, has sido un gran maestro de vida para mí. Te lo agradezco en toda la dimensión de su valía y durante toda mi vida te lo agradeceré. En fin, al menos has trascendido conmigo y, esa misión la has cumplido con creces. No puedo decir que lo has logrado con los demás, pues desconozco tus actuaciones en estos aspectos, pero me imagino que son muchos los que como yo la han recibido, especialmente tu familia (tu mujer, tus hijas, tus nietos). Te has realizado en este respecto como ser humano, eres un ser evolucionado.
Otra de las cosas de importancia que quisiera compartieras conmigo, es la perspectiva del dolor, tanto en lo físico como el del alma y quisiera que entendieras, como yo lo percibo, pues he sido un hombre que ha sufrido mucho en su vida, es posible que no tanto como tú, pero en eso comparto las ideas de mi querida madre, pues como ella, pienso que el dolor no es un castigo, sino que una preparación del fortalecimiento del espíritu, que nos hará crecer y vivir en plenitud esa vida que todos intuimos que existe. Se positivamente que en el fondo de tu alma compartes esa idea. No intento con lo anterior decírtelo en forma de resignación, si no que es un mensaje de vida en la trascendencia del tiempo. El dolor es previo a grandes cosas, el que no sufre no puede llegar a conocer la grandiosidad del Universo y las leyes que lo gobiernan. Todo tiene su explicación, lo único malo, es que la pequeñez de nuestro cerebro lo hace incomprensible. Tú vas hacia las perspectivas que grandes hombres en la historia han intentado obtenerlas, me refiero a la evolución del ser humano.
Quisiera comunicarte otras ideas, pero el poco tiempo que dispongo y el pequeño lapso que he tenido después de conocer tu situación me han impedido reflexionar más al respecto, pero si tu lo tienes a bien, ojalá me contestes (y aunque no lo hagas te volveré a escribir en el futuro inmediato desde Valdivia (*)). Creo que son estas las cosas que te importan y no las trivialidades que nos suceden a diario, pues ellas no aportan demasiado a un hombre de la inteligencia y del talante como el tuyo.
Con el cariño que un hijo le tiene a un padre (pues eso he sentido siempre hacia ti) se despide,
Lionel.
(*) Múltiples obligaciones, en ese mes de enero me impidieron escribirle de nuevo como era mi intención, pues cada vez que lo intentaba, necesitaba hacer otro asunto de premura inmediata, me disculpaba internamente con el hecho que estaría en Santiago a lo más el 26 de enero.
POEMA DE RESPUESTA
Les dejo
los caballos desbocados
de los hombres ambiciosos.
Les dejo
los caminos frecuentados
por las almas generosas.
Les dejo
el sol y la luna
con sus nubes pasajeras.
Les dejo
el calor del amor
que no alcancé a terminar.
Allá donde yo voy
llegaré con los ojos abiertos
como ventanas aireadas
a mi lugar sin noches.
Allá donde voy
oiré la música de tus días
y para siempre miraré tus ojos.
Allá donde voy
dejaré mis manos y mi boca
en la parte del tiempo donde te conocí.
Allá donde voy
Sin arrugas ni dolores
Todo blando y tibio
Y toda la luz de su NOMBRE.
(en este lugar puso su rúbrica)
Enero 1990.
Lionel Henríquez Barrientos
Invierno de 2003
|