A veces es como tirar de un cordel cuyo extremo inicial está ligado a alguna parte desconocida de mi cerebro. Tardo en reconocer la cuerda, tardo en reconocer el lóbulo preciso que se estrangula con la tensión del hilo, tardo en identificar la mano del que jala y la razón remota que lo empuja. No siempre desconoce el anclaje en donde se pierde ese hilillo del cual tira, como un condenado, no. A veces no hay inocencia que valga. Es perderle un cuchillo en el… devolverle la mentira que te está tirando, a boca de jarro, y una mentira solo se devuelve con otra de superior intensidad y de peor raigambre. Con otra que goce de mayor aceptación.
Lo peor es cuando somos muchos los enmarañados. Una especie de teatrillo de marionetas, que si te mueves tú, me caigo yo. Y si te agachas… No hay excusa, que cuando estás diciendo esto en realidad estás diciendo lo otro, y mejor no indagar en lo que callas porque ahí sí…
Entonces el silencio. Para no ahuyentar la noche viene el mutismo que emula la conciliación. Una aceptación falsa, que es una resignación penosa donde las lenguas se muerden dentro de las bocas y la sangre resbala roja y densa por el esófago. Coágulos de culpa en los ojos, acusaciones pueriles, pretextos insuficientes. Hay una tentativa de caricia que pasa por encima de la mesa, de las copas y del vodka, de la coca derramada, del cenicero atiborrado. Nada. El fantasma de un rechazo que frena. Un rechazo es a veces consecuencia de otro, y no hay inocencia que valga. Una risilla burlona de mano que cubre su boca antes de tiempo, antelándose.
Brindis. Cohetes. Hay que sonreír lo mismo, pero mientras más tiras de las comisuras de la boca tuya, a mí más me amargas la sonrisa. Fondo blanco de ron. Vamos. Dicen que los niños, al igual que los borrachos…
Piedra libre para tres, cuatro. No sería buena idea verdad-consecuencia esta noche. Cinco bajan los ojos, los clavan en el piso. Una llora en una esquina, herida de muerte. Yo miro sin ver. Hay algunos idiomas que jamás se aprenden.
La mentira se pretende para bien del engañado.
Piedra libre para siete. Pero sé que no estoy viendo lo esencial, y eso es lo peor. Divisar los hilos no siempre quiere decir saber qué demonios está pasando. Y la curiosidad mata al gato, que se sabe derrotado, pero igual quiere saber, como un suicida incorregible.
Piedra libre para el octavo. Descubiertas todas las posiciones, ya me puedo ir a esconder. Que cuente otro. Aunque mejor, juego a otra cosa. Desearía salir de esta casa con un portazo descomunal que hiciera que las cuerdas que nos lían se cortaran para siempre.
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