Registraba el audio de sus pensamientos y el olor de la montaña se hacía cada vez más fresco. Llovía incasablemente desde la noche anterior y el asfalto simulaba las aguas mansas venecianas, pero, la agitación continua debido al goteo sobre el agua, impedía el dibujo de reflejo alguno, ya que llovía de modo torrencial. El horizonte era difuso, confundible entre la penumbra y la intermitencia de las luces nocturnas, y el vapor de agua se elevaba desde el suelo, difuminando aún más los detalles de las formas, esa bruma de silencio en donde se palpaban la calma y el silencio a través de la ventana, le permitían divagar por los himalayas de su mente, por las montañas de sus sueños, esos amores distantes, que se conquistan paso a paso, al ritmo jadeante alveolar, que se abre camino para exhalar el deseo invencible, que no sucumbe, y permitir el insolente y humilde gesto de hoyar la cumbre, de permitir al taquiarritmico rebuzno del corazón y del ser, que brota en medio de los membranas aislantes, ese instante mágico de exaltación donde el mundo yace a tus pies y las nubes debajo, son el confort de tu cansancio.... |