Capitulo XI
Los simpáticos Gorriones se despidieron de nuestros amigos. Todos estaban muy contentos, y deseaban con gran ilusión volver a casa. Llevaban a cuestas tres inmensas zanahorias. Tuvieron que hacer varias paradas ya que el peso de las Zanahorias era muy grande. Hicieron una parada a media tarde debajo de un Cedro inmenso para descansar, y todos quedaron profundamente dormidos debido al cansancio acumulado. Sin embargo, Tapitas dormía con ojo medio abierto. El olor de las Zanahoria tenía mareado. Y sin pensarlo dos veces empezó a mordisquear a una de ellas. Era tan deliciosa para el pobre animal, le gusto tanto que se comió además las pequeñas hojas que se encontraban en el extremo de la misma. Al poco tiempo sintió que se le dormían sus patas, su cola y todas sus extremidades, y como era de esperarse se quedó profundamente dormido en pocos segundos.
Paletas y Carlos se despertaron muy felices, y se sorprendieron mucho de ver a Tapitas dormido entre los matorrales.
- Ese Tapitas es un dormilón. ¡Pobrecito! Estaba muy cansado. ¡Despierta Tapitas! Tenemos que seguir- lo llamo Carlos.
Pero Tapitas no movió ni un músculo.
- ¿y qué le pasará a esa liebre?- preguntó gruñendo Paletas
- ¡Esa liebre se comió una zanahoria!-
- Me lo debí haber imaginado. Es una tentación muy grande para esos animales. Tendremos que llevarlo cargado. Yo llevaré las zanahorias que quedaron, y tú encárgate de llevar a cuestas a Tapitas. No hay otra opción. Espero que se despierte en el camino- dijo Carlos
Paletas fue gruñendo en el camino. Carlos no le hizo mucho caso, tenían que apresurar el paso para llegar pronto al hogar de las liebres.
Llegaron ya al anochecer. Tapitas estaba todavía dormido pero le habían salido unas pequeñas erupciones en las patas.
Canela salio de su madriguera en cuanto llegaron. Había visto las zanahorias. Y ya se imaginaba saboreándolas. Entonces vio a Tapitas tirado en el suelo.
-¿Que le ocurrió? Preguntó la Liebre
- Las zanahorias se ven muy buenas, pero tienen efectos secundarios, eso le pasó por goloso- dijo Paletas a regañadientes.
-¿Desde cuándo las zanahorias hacen daño? Preguntó extrañado Canela
- Estas son diferentes. Pensamos que te gustarían, pero como son de otra variedad también tienen sus características peculiares. Tienen efectos aditivos, si se come en grandes cantidades, tiene que comerse por raciones- explicó Carlos
Una vieja Liebre salio de su madriguera y se dio cuenta de todo lo que estaba pasando.
- Esas deben ser las zanahorias durmientes. Mi abuela me relataba acerca de ellas. Tengo una poción que lo puede curar. Pero tengo que prepararla con unas hierbas. Menos mal que tengo sembradas algunas en mi jardín- dijo la vieja Liebre.
- Tráiganmelo a mi madriguera- dijo la liebre.
Después de pasar horas preparando la poción, se la dio a Tapitas. La vieja Liebre logro con mucho esfuerzo que el brebaje le llegara a su pequeño estomago ya que todos sus músculos estaban todos entumecidos. Al poco rato se fue despertando.
-¿Qué ha ocurrido? Me duele todo- dijo protestando Tapitas.
Paletas estaba de muy mal humor. Había cargado con la liebre desde muy lejos.
- Te comiste una zanahoria completa. ¡Eres un imbecil!- le dijo de malas maneras el Castor.
- Tienes suerte de que ella tuviese una poción para curarte. Al parecer hiciste caso omiso a los consejos de los Gorriones- protestó Carlos
-¡Perdóneme! Es que se veían tan buenas-
- Esas son las Zanahorias durmientes. Tienen que tener cuidado. Solo se pueden comer en pequeñas cantidades, y bien administradas. La gula no es buena- aconsejó la vieja de las pociones.
Canela se le estaban quitando las ganas de probarlas. Pero bueno, se las habían traído. Tal vez con mucho cuidado podría disfrutar de ellas.
-Allí tienes tus Zanahorias. Tráeme a Lucecita. Ese fue el trato- le reclamó Carlos.
Canela podía ser gruñón y tener algunas malas mañas, pero siempre cumplía su palabra como las otras liebres. Era un deber dentro de su pequeña sociedad.
- Ayúdame con las Zanahorias- le pidió de buenos modos a Carlos.
Carlos no dudo en hacerlo, acompaño a Canela a su madriguera y allí estaba Lucecita un poco malhumorada. No le gustaba el encierro. Pero al ver a su amigo brinco de alegría y sus alas se tornaron de un color azulado.
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