Se encontraba así, entre despierto y dormido, abre los ojos y deja entrar ese chorro de luz verdugo del sueño. Como si sostuviera el cielo sobre sus hombros, se sienta en la cama, aquella que tiene ese colchón, ese mismo, donde podía descansar una montaña. Va a poner un pie en el suelo, inmediatamente recuerda aquel agüero del primer pie en el piso, y verifica que este primer pie, sea su pie derecho. Posa su pie en el piso, está frio y afuera está lloviendo, el pie se refugia en los recuerdos que tiene del suelo en verano. Con un movimiento rápido equilibra todo su esqueleto sobre las plantas de sus pies, siente que está más pesado, pero no recuerda que eso lo siente todos los días. Ahora, así, en pie, tiene en frente ese abarrotado ventanal, que le permite lanzar miradas al tan poco anhelado inicio del lluvioso día.
Camina hacia la puerta de su cuarto y cada paso es un lamento, cada mirada que da es una lágrima, cada sonido que escucha es un grito de dolor, cada parpadeo es un latigazo a su espíritu espontaneo. Se detiene frente a otra ventana, donde se balancean su toalla de felpa y su ropa interior, que intuye seca. Siente la satisfacción de haber predicho el estado de sus elementos, pero sin darse cuenta de que no hubiera podido ser más obvio.
Sacude la toalla, toma un borde y lo pone a la altura de su cintura, toma otro borde, el opuesto, lo pasa alrededor de él, hasta llegar al borde inicial y lo aprieta contra este para que no se caiga. busca las sandalias, para no castigar sus cimientos con el frio del mojado patio, no las encuentra, y resignado sufre la derrota propinada por el frio. Cada gota de aquella llovizna era una lanza en el costado, era una especie de preámbulo de lo que le espera en aquel recinto, donde sagradamente, como si de un acto religioso se tratase, aseaba su cuerpo.
Estaba él dentro de su estrecho baño, se paró en frente de la llave, puso su mano sobre esta, cerró los ojos, levanto su cara como si estuviera mirando el orificio por donde sale el agua, giró la llave. Sintió el chorro de agua impactar directamente en su cara, debió haber fruncido el ceño, así haya sido por un segundo. Antes de que el agua le haya tocado la nuca, imagino que su espalda debió haberse estremecido. El agua bajando es otra piel, le cubre la cabeza, le cubre el pecho, parcialmente le cubre la espalda, baja por su abdomen, se apodera de su intimidad, recorre sus piernas hasta llegar a la parte de su cuerpo, que en este momento, toca el suelo. Y así muerto el dulce calor de la somnolencia, se pone su disfraz y se gana la vida, y así mañana y así pasado mañana y así todos los días después de pasado mañana.....
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