Hay una tibieza que condena a la piel ensangrentada,
una memoria ácida, fruto del hambre que sobrecoge los muros, escenas de un antiguo amor que se contiene desde el viento.
Te hablo desde esta orilla,
en dónde las agujas del reloj que jamás se detienen,
siguieron su brutal caminata insaciable,
en dónde el llanto se secó y la furia pasó a otros continentes, desde dónde te espío libremente, detrás de un cristal brumoso.
Hay un pequeño temblor, deshabitado en las mañanas,
magias y ritos agudos, por las noches,
heroica y misteriosa fe, en las madrugadas.
Te hablo, sabiendo que me escuchas, ajeno a este presente que perdura.
Huelo tu corazón aislado, profundamente inquieto, desmembrado, puedo leer la sombra de mi nombre, en las paredes de tu pobre cuarto.
Y ya no hay dudas, hay un antiguo amor que perdura,
que se contiene desde el viento, que se acuchilla el lenguaje y los pasos, para no morir de pena…
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