Le explicaba todo desde que se conocieron y se hicieron novios, nunca se supo de donde fue que Remigio saco la idea de que su novia Fausta era tonta. Pero desde la primera vez que se vieron ante sus papás en el living de la casa, se dedico a explicarle porque Carlos Ibáñez del Campo tenía problemas con los conservadores o porque las panaderías no trabajan los primeros de enero.
Le explico cómo era que se hacen los hijos y cuáles son las funciones de una esposa, como debía quedarle la cazuela de vacuno, el charquicán y la ensalada a la chilena.
Así fue como Fausta tuvo cinco hijos a punta de las explicaciones de su marido que no hizo más que explicarle por que venía la partera y por qué no debía tomar agua de ruda antes de parir. Tuvieron que pasar más de treintaicinco años de matrimonio para que un día cualquiera Don Remigio Salgado se quedara sin explicaciones.
Fue un buen día de agosto cuando Doña Fausta volvía de la feria con su hija menor y sus dos nietos cuando a la entrada de la casa noto la cortina de la habitación matrimonial cerrada, cosa curiosa puesto que las cortinas se cerraban a las cuatro de la tarde para la siesta de don Remigio y a las siete por la oscuridad ya no era necesaria la luz de afuera, a eso de las once de la mañana. Entraron y Fausta se fue directo a la habitación a ver quién y por qué las había cerrado, solo podía imaginarse a Don Remigio enfermo o un descuido las dejo mal amarradas. Claro que al entrar no supo que decir y tampoco quiso interrumpir, era Don Remigio quien animosamente tenía una revista, de las que se venden en los kioscos de diarios con mucha cautela, y las manos puestas con mucho empeño en su miembro viril. No dijo nada solo se quedó impávida en la puerta y espero a que su dulce esposo terminara con lo que había empezado. Cuando Don Remigio noto su presencia en la habitación habían pasado más de diez minutos, dio un brinco de la cama al suelo y luego de un resoplido rojo hasta la misma cosa que le colgaba casi muerta de la labor de las manos de su dueño, dijo:
-Faustita, puedo explicarlo.- Pero se quedó así por unos minutos y no dijo nada, seguía en el suelo tendido apoyado en la cama, como no habían palabras una risa abierta y energética que Doña Fausta rompió el silencio gélido que había en la habitación.
-Es bueno verte callado viejo sabelotodo y cochino.- repetía mientras reía a carcajadas.
Luego de un rato Don Remigio reunió las fuerzas y se puso de pie, se vistió y lavo las manos y el cuerpo, no volvió a explicarle nada, por que como ella misma le dijo la vez que trato de explicarle una película en el cine; “No me digas nada, recuerda que todavía me debes la explicación de lo que paso en la pieza el otro día y hasta que me tengas una explicación de eso, no podrás explicarme nada más en esta vida ni en la otra”.
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