Pidiéndonos tener un poco más de paciencia el Arzobispo llamó a un jovencito muy atractivo que con mano tan temblorosa que reflejaba constantes visitas nocturnas a Manuela, la amante de Bolívar, aplicó un spray al ojo electrónico de la caja y se retiró dándole espacio al Arzobispo para que procediera.
En esta ocasión ni siquiera hubo zumbidos y el mecanismo se negó a funcionar.
Estábamos tan concentrados, casi como en trance mirando la caja de seguridad, que todos nos sobresaltamos cuando en un momentáneo arranque de cólera el Arzobispo tomó el spray que el tímido jovencito había puesto sobre el escritorio y lo estrelló violentamente contra la pared.
- "Padre, consígame -si es posible- Sulfato de Neomicina, Gramicidin, Polietilen Glicol y unas veinte ramas de apio y le arreglo fácilmente el sistema", dije yo antes que el pobre hombre sufriera un fulminante ataque de apoplejía.
-"Apio...? Está usted bromeando? De qué puede, por María Santísima, servir el apio para reparar un sofisticado sistema electrónico?
-" Está bien Padre", dije yo con impaciencia. "Espere hasta que un técnico en este armatoste pueda venir hasta acá, pero de una vez dígame como regresar lo más pronto posible a mi oficina de New York, de la que me hicieron salir sin mayores explicaciones para venir a presenciar este fallido acto de prestidigitación electrónica"
-"O.K, O.K," exclamó disgustado el Arzobispo, y dirigiéndose al papacito de los nervios de punta le dijo en tono resignado: "Tráigale todo lo que pida, pero de prisa, por favor".
Mientras me esforzaba por recordar la mayor cantidad de detalles sobre la vida accidentada y pintoresca de Fray Jerónimo de Saavedra el Arzobispo y el Delegado cuchicheaban en un rincón de la biblioteca y el secretario se agitaba sonriendo nerviosamente cada vez que yo lo pillaba mirándome la protuberancia de la polla que yo, con orgullo siciliano había sacado por el borde de mis maricalzoncillos y extendida sobre el muslo le ilustraba porqué en italiano "salami" es considerada una palabra de grueso calibre.
Tras unos treinta minutos regresó el chico del spray con los químicos, las ramas de apio, una taza, un frasquito con tapa, un exprimidor de limones y un cuentagotas.
Con el exprimidor extraje cuatro cucharadas del jugo del tallo de las ramas de apio y las mezclé con el sulfato, la gramicidina y el polietilén glicol. Luego me dirigí a la caja de seguridad.
-"Bien", anuncié. "Vamos a presenciar un acto casi milagroso, pero necesito un voluntario...Padre Piraquive, por favor?"
El Arzobispo llegó hasta donde yo lo esperaba frente a la caja de seguridad y tomando la silla que antes había ocupado el delegado de la Nunciatura le dije: "Siéntese, por favor. "Eche la cabeza hacia atrás y ponga el ojo izquierdo en blanco".
Con la desconfianza pintada en su rostro obedeció y con pulso firme apliqué dos gotas al globo ocular.
-"Cierre el ojo suavemente y manténgalo así por tres minutos".
Cronometrando truculentamente los minutos, que parecieron durar una eternidad, le dije: "Listo Padre, ya está arreglado el mecanismo". "Ya puede abrir la caja".
El Arzobispo, con una sonrisa de incredulidad, repitió el procedimiento y al acercar el ojo izquierdo al sensor la caja se abrió al instante.
Yo, simultáneamente, hice una venia de mago y ofrecí el frasquito con el compuesto al Arzobispo.
-"Guárdelo, Su Reverencia, para la próxima vez que le falle el mecanismo."
" Sorprendente", dijo el delegado. " Pero...cómo lo hizo ?"
-"O.K", dije yo con evidente exultación. "Enseguida explicaré las bases científicas de lo que acaban de presenciar"
CONTINUARA |