La semiología, como la Alquimia, es una ciencia esotérica y potencialmente peligrosa.
Sus adeptos, como buenos iniciados, obsesivamente rehúsan la exposición pública de sus mayores avances, algunos de los cuales provienen de laboratorios clandestinos deslumbrados por los fatuos resplandores del oro y enquistados en instituciones alucinadas por el compulsivo magnetismo del poder.
Ecos antiguos de lejanas y arcanas resonancias aún reverberan en dichas instituciones atávicamente ligadas a su primera manifestación histórica, conocida entre los hermeneutas como el Mito de la Torre de Babel.
No el deleznable azar ni la caótica entropía de los avatares dictan que la gran mayoría de los semiólogos herméticos sean, invariablemente lingüistas especializados en el tortuoso y agobiante ultramundo de las "lenguas muertas".
Algo inmenso se debía estar maquinando en el circolo di la merda para que los más altos jerarcas eclesiásticos reclamaran histéricamente la colaboración de un semiólogo que ostentaba con imperturbable desdén la triple categoría de apóstata, heresiarca y sacrílego, y proclamaba públicamente su profundo desprecio por todas las denominaciones y doctrinas religiosas.
Cuando lívido de la ira el Arzobispo se esforzó en ignorar la sonrisa que el nombre del delegado de la Nunciatura había esbozado en mis labios y los del secretario comprendí que sus superiores le habían advertido suficientemente que tenía que asegurar como fuera y a cualquier costo mi participación en algo cuya naturaleza comenzaba a intrigarme.
El Arzobispo se dirigió hacia la puerta del recinto a cuya derecha aparecía lo tercero que me había llamado la atención de su despacho: Un enorme cuadro de Albino Luciani, el Papa sonriente.
- "Fray Jerónimo de Saavedra", dijo contemplando el cuadro que súbitamente inició una lenta y silenciosa rotación hasta descubrir una caja de seguridad con un panel numérico y una Icámara TD100 de IRIS ID que reconocí al instante.
- "Usad más, varones sabios, los oídos que los labios", declamé añadiendo: "El doctísimo de Ixtazihuatl, descubridor de Tonatiuh y traductor del primer códice Tolteca".
- 1615-1714, concluí mirando fijamente al Arzobispo mientras la sonrisa de superioridad desaparecía lentamente de sus labios.
- Impresionante, mi jóven erudito, dijo como denunciando una aberrante Contradictio in adjectio.
- " Y qué más, continuó, podemos decir del doctísimo de Ixtazihuatl"?
-"Mucho, aunque ignoro la conexión entre el docto Fray Jerónimo de Saavedra y mi presencia en este despacho".
-Ya lo sabremos, replicó el prelado mientras digitaba un código numérico cuidándose de boquear nuestro campo visual con su corpachón de casi dos metros y cien kilos de peso.
Tras acercarse al ojo electrónico de la caja aproximó el ojo izquierdo al sensor y retirándose permaneció a la expectativa.
El delegado, el secretario y yo esperamos en silencio hasta que una serie de zumbido cortos pareció anuciar la apertura de la caja.
-Non capisco niente, exclamó el delegado cuando ya era evidente que la caja permanecería cerrada.
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