Durante mi vida hubo caminos que no recorrí, que preferí no recorrer, donde el miedo superó mi cuerpo y asustado me encapsulé en una burbuja que pronto se fue llenado de temores, rencores, angustias, pensamientos... y me fui ahogando, el oxigeno se me fue acabando y pronto ya no respiraba nada que no fuese mi propia escoria, mis sucios sueños que estancados quedaron pudriéndose junto a mi cuerpo... encerrado en una burbuja.
Muchas veces traté de romperla. Con fuerza pasaba mis uñas por los bordes de mi prisión, hasta que me di cuenta que era inútil, algo más fuerte que mi propio ser me mantenía aislado al margen de cualquier agente externo; mis dedos, sin uña, sangraban destruidos, acabados, desesperanzados, patéticos sin haber logrado liberarme de mí.
Durante mi vida hubo caminos que no recorrí, pero hubo algunos en los cuales me interné tan profundamente como cuando un explorador se interna en el bosque más denso... jamás volví a ver la luz del sol, sólo podía sentir el suave respiro de la luna que rozaba mi nuca regocijando mi alma, mi cuerpo.
Durante estos caminos no hice más que lamentarme, lamentarme tanto por lo que no había hecho como por las cosas que si había hecho: esas semillas que tan inseguramente plante en los fértiles suelos de la vida no dieron sino frutos podridos, repugnantes y monstruosos. De pronto sentí miedo, pero un miedo diferente, miedo de mí mismo, de lo que soy capaz de hacer, de lo que soy capaz de hacerle a lo que me rodea. Recuerdo esa vez en que tratando de escapar de esa voz perenne que reclamaba la supremacía de mi ser, me topé con un llano de dimensiones inmensurables... hasta el horizonte y quien sabe si más allá aún llegaban los verdes pastizales... miré atrás y no vi más que pantanos sucios y musgosos con mis deformes huellas marcadas en el barro; volví a mirar adelante y creí haber encontrado la salvación, el paraíso, del cual muchos me hablaron pero que nunca quise creer... Respiré profundamente inhalando tanta inmundicia pude y di un paso adelante. La sonrisa de mi rostro rápidamente se desdibujó al ver como el vasto llano se iba pudriendo: los pastos se retorcían del dolor, cambiaban de color y parecían vomitar sobre los otros moribundos vegetales... El horizonte se vio negro... el verde que lo dominaba había sido exiliado y la “vocecita”, que había cesado por tan sólo unos momentos, volvía cada vez más ruidosa... sentí nauseas, mareos y la vista se me nubló... caí de rodillas sobre el descompuesto pastizal y como si mi alma quisiera, repudiada, abandonar mi cuerpo, vomité hasta no dar más...
Mi cuerpo, de rodillas, yacía cansado y agitado... retiré las manos del lodo y me senté sobre mis pies.... levanté la vista y vi que sobre el ahora asqueroso llano, el sol con su implacable y soberbia hegemonía descendía del cenit al horizonte ruborizando al cielo quien envidiosamente dejaba toda la belleza a la Luna, la que se veía desde hacía 3 horas, pero que sólo en este momento, en que no compartía el cielo con nadie, sólo con sus musas, las estrellas, su magnificencia me llenó el alma. Me quedé largo rato mirándola estupefacto entre mugrientos y nauseabundos aromas... el vapor que emanaba de mi boca me nublaba la vista y de pronto la recordé, recordé su rostro, sus ojos, su boca.... su boca... su boca... su boca... su boca... su pelo... su pelo... su aroma... su aroma... su aroma... su aroma...
La palabra Cobarde golpeó mi cabeza y sentí cómo se apiñaban todas mis vísceras. Mis ojos se volvieron blancos y tosiendo, pedazos de órganos mezclados con la espesa sangre volaron y cayeron al suelo desde mi boca. Ahora más líquida, la sangre, se rebalsaba de mi boca y chorreaba todo mi cuerpo... sentí mis piernas heladas.... sentí mi corazón detenerse... sentí.... sentí... la sentí a ella, luego me sentí solo, desamparado... sentí... sentí... sentí menos... cada vez menos... vi la luna... la vi rebosante en su cielo azul marino... la vi... la vi... la vi menos, cada vez menos... cerré los ojos y lo último que pude sentir fue un dulce beso en mis labios... sentí unos tibios labios que se juntaban con los míos... sentí la viscosidad de mi sangre que se esparcía entre la sacra unión entre ambos... sentí esos labios... sentí su calor... sentí... sentí menos, cada vez menos... hasta que por fin... mi redención... mi asquerosa e inmunda redención...
Pasaron horas, días, meses, años e incluso décadas y mi cuerpo seguía ahí... intacto, inerte... enlodado y ensangrentado... ni siquiera los gusanos se atrevían a alimentarse de mí... Solo... inerme ante la Luna, que cada noche me visitaba y hacía correr esa tibia brisa sobre mi cuerpo esperando que me levantara y la mirara como lo hacía antes... antes... esas conversaciones en total silencio... cómo las extraño!... ahora sólo me queda escribir desde este cuerpo... este estúpido cuerpo, rememorando el mugriento ayer...
...Calibraxis...
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