Es difícil perder a alguien que se ama y más en días próximos a las festividades de día de muertos… Pero es mejor armarse de valor, ofrecer una disculpa al tiempo y despedirse. ¿No lo crees amigo? Lástima que la admiración durara tan poco y el rencor “tan mucho”.
Hoy hace casi seis años desde su partida y parece que fue ayer cuando apareció sin motivo aparente a ocupar un lugar entre mis vivos.
Ese día en especial, después de una ardua semana de trabajo, de casi no poder dormir y para variar, de estarle contestando el teléfono a mi abuela para confirmarle mi participación en la ofrenda, me acicalé y me dirigí a comprarle todo lo necesario, fruta, pan, dulces, etc. De hecho… ¡Qué flojera el continuar con la misma tradición de todos los años! En fin, tal parecía que no me quedaba otra opción… Al llegar a su casa y después del acostumbrado saludo, fui invitado a beber un poco de chocolate (¡Va, que fastidio, si por lo menos se pudiera dar cuenta cuanto odio estos protocolos!), demostrando mi tan sonada educación acepté, tomé el jarro y me decidí camiar algunos pasos hasta la ventana, pues para continuar, como siempre, la abuela, contaría una de sus tan añejas historias… Y así fue.
-Te contaré algo m´hijo, antes deque lleguen a interrumpirnos y se me vaya el hilo como dices tú. Hace años, cuando yo era muchacha… (Sin contenerme, lancé un Uuuuhhhh que creo que se escuchó por toda la casa) Si sé que ya había coyotes, pero lo que tengo que contarte, es que uno de esos tantos días, había ido a visitar a unos familiares a la calle de Regina, en el centro histórico, en ese entonces, no había tantos transportes como los hay hoy, así, que recuerdo que mi padre, nos subió al tranvía de Tlalpan y después de un largo rato llegamos a la casa de mis tíos… Una casona muy lúgubre y fría a mi parecer, pero, pon atención mi muchacho, pues lo que te voy a platicar solo yo lo llevaré guardado por siempre en mi corazón. (Pensando un momento, que podría ser tan importante para la abuela, que hubiera guardado tan celosamente por todos estos años) La visita que inició en comida, se prolongó hasta cena y mis tíos al ver que ya era demasiado tarde, nos ofrecieron alojamiento por esa noche… Te aseguro m´hijo que de haberlo sabido jamás hubiera aceptado esa invitación… (De la cara de mi abuela, brotó una lágrima, esto se hacia cada vez más interesante, así que retrocediendo algunos pasos, tomé un pequeño banco y me senté a su lado poniendo mucha atención) Ya a todos los pequeños nos habían mandado a dormir, pero por azahares del destino por ser la única mujer, me habían acomodado en una recamara con vista a la calle, te aseguro que intenté dormir una y mil veces, que rodé infinidad de tiempo por la cama y nada, desde la habitación escuchaba los ronquidos de los demás, desesperada, me levante de la cama y me dirigí hasta la ventana, allí alcance a observar a un sinfín de gente caminando como rumbo pa´ Catedral, todos musitaban oraciones lastimeras, con paso lento, caminaron bajo la ventana donde me encontraba, yo no podía estar más asombrada de lo que veía, había algo en la luz de sus velas que me invitaba a seguirlos, a unirme a su oración… Por un momento, me detuve a pensar, mis padres no se molestarían, aunque ya era casi media noche, no haría nada malo, pues tan solo acompañaría unas cuantas calles a la peregrinación, de seguro eran adoradores de algún santo.
Sin pensarlo más. Me vestí rápidamente, tomé mi rosario y con sigilo pasé por un costado de la sala sonde aún se encontraban los adultos platicando, abrí el pesado portón y listo, mi objetivo estaba a mi alcance, una interminable procesión de personas, todas orando, en ese momento creí que quizá era latín, pues no entendía nada. De entre el cúmulo de gente, sobresalía un hermoso chico. De muy blancas facciones y de ojos tan oscuros como la misma intensidad de la noche. Por algún momento nos miramos, y te aseguro que no bastaba pronunciar palabras para entendernos y comenzar a conocernos, era algo mágico, un sentimiento que mi corazón ya había vivido en algún lugar del universo.
De pronto, me dio su mano, fría como un témpano de hielo, cosa que no me importo en lo absoluto, pues todo lo recompensaba con una tierna mirada. Te aseguro que en ese momento todo lo que la gente pudiera pensar de mi no me importaba, no se si me entiendas m´hijo, era como estar en el mismo cielo, era como el haber recibido el regalo más anhelado de toda tu existencia… Sin darme cuenta, nos fuimos quedando solos a unos cuantos metros de la ofrenda de Catedral, las tripas me gruñían y sin pensar en sacrilegio, tomamos algunas de las viandas que ahí se encontraban, él tomó una de las veladoras y me señaló la salida de la iglesia, el reloj comenzaba a sonar y si me memoria no me engaña, yo conté casi cinco, me volvió a señalar la salida. Y sin pensar en las consecuencias decidí seguirlo. Volvimos a caminar y aunque no me hubiera gustado que esto terminara, estaba consiente, de seria lo mejor… Por fin llegamos hasta la casa de mis tíos, yo, por cortesía, le invite a pasar pero el negándose con la cabeza, me señaló al cúmulo de gente que iba de regreso… Mi corazón estallaba, pues sentía perder algo que sabia no volvería a ver.
Tomándome por el talle rozó mis labios contra los suyos, ofrecí un suéter para calentar su cuerpo pero no lo aceptó. Me ofreció la veladora que traía en su mano para que pudiera alumbrar mi camino, pero la verdad era que el sueño ya casi me vencía y no quería que por un descuido se me fuera a caer. Sin más, nos despedimos, y con el corazón destrozado, cerré el portón. Caminando con sigilo, pretendí regresar a la recamara, pero mi tía me sorprendió y después de un exhausto interrogatorio, tuve que contarle mi aventura.
-¡Santo Dios!, Hija mía, estuviste conviviendo con las ánimas, y ¿te ofreció su vela? (negué con la cabeza), qué bueno hijita, pues de ser así no te hubiéramos visto más… Mí tía me abrazó fuertemente y jamás se volvió a comentar el tema hasta hoy ¿y sabes por qué? Pues por qué hoy más qué nunca ansío volver a aquel joven que se robó mi corazón.
Pero no me hagas caso, m´hijo… (De pronto, un golpe en la puerta rompió con el encanto de la historia de la abuela, a regañadientes, me levanté, pero al abrir, solo encontré en el piso una extraña foto y una veladora desgastada… (Qué broma), tomé esta tontera y me dirigí hasta donde se encontraba la abuela, pero al llegar, ¡sorpresa!, Su corazón había dejado de funcionar.
Hoy, me arrepiento de no haberle puesto mayor atención a mi abuela, de no haber aprendido más de sus cosas. Hoy esperaré despierto junto a la ventana, estoy seguro que con la noche, llegaran las primeras ánimas y que en esta ocasión llegará la persona a la cual le robaron el corazón.
Es difícil perder a alguien que se ama y más en días próximos a las festividades de día de muertos… Pero es mejor armarse de valor, ofrecer una disculpa al tiempo y despedirse. ¿No lo crees amigo? Lástima que la admiración durara tan poco y el rencor “tan mucho”.
Hoy hace casi seis años desde su partida y parece que fue ayer cuando apareció sin motivo aparente a ocupar un lugar entre mis vivos.
Ese día en especial, después de una ardua semana de trabajo, de casi no poder dormir y para variar, de estarle contestando el teléfono a mi abuela para confirmarle mi participación en la ofrenda, me acicalé y me dirigí a comprarle todo lo necesario, fruta, pan, dulces, etc. De hecho… ¡Qué flojera el continuar con la misma tradición de todos los años! En fin, tal parecía que no me quedaba otra opción… Al llegar a su casa y después del acostumbrado saludo, fui invitado a beber un poco de chocolate (¡Va, que fastidio, si por lo menos se pudiera dar cuenta cuanto odio estos protocolos!), demostrando mi tan sonada educación acepté, tomé el jarro y me decidí camiar algunos pasos hasta la ventana, pues para continuar, como siempre, la abuela, contaría una de sus tan añejas historias… Y así fue.
-Te contaré algo m´hijo, antes deque lleguen a interrumpirnos y se me vaya el hilo como dices tú. Hace años, cuando yo era muchacha… (Sin contenerme, lancé un Uuuuhhhh que creo que se escuchó por toda la casa) Si sé que ya había coyotes, pero lo que tengo que contarte, es que uno de esos tantos días, había ido a visitar a unos familiares a la calle de Regina, en el centro histórico, en ese entonces, no había tantos transportes como los hay hoy, así, que recuerdo que mi padre, nos subió al tranvía de Tlalpan y después de un largo rato llegamos a la casa de mis tíos… Una casona muy lúgubre y fría a mi parecer, pero, pon atención mi muchacho, pues lo que te voy a platicar solo yo lo llevaré guardado por siempre en mi corazón. (Pensando un momento, que podría ser tan importante para la abuela, que hubiera guardado tan celosamente por todos estos años) La visita que inició en comida, se prolongó hasta cena y mis tíos al ver que ya era demasiado tarde, nos ofrecieron alojamiento por esa noche… Te aseguro m´hijo que de haberlo sabido jamás hubiera aceptado esa invitación… (De la cara de mi abuela, brotó una lágrima, esto se hacia cada vez más interesante, así que retrocediendo algunos pasos, tomé un pequeño banco y me senté a su lado poniendo mucha atención) Ya a todos los pequeños nos habían mandado a dormir, pero por azahares del destino por ser la única mujer, me habían acomodado en una recamara con vista a la calle, te aseguro que intenté dormir una y mil veces, que rodé infinidad de tiempo por la cama y nada, desde la habitación escuchaba los ronquidos de los demás, desesperada, me levante de la cama y me dirigí hasta la ventana, allí alcance a observar a un sinfín de gente caminando como rumbo pa´ Catedral, todos musitaban oraciones lastimeras, con paso lento, caminaron bajo la ventana donde me encontraba, yo no podía estar más asombrada de lo que veía, había algo en la luz de sus velas que me invitaba a seguirlos, a unirme a su oración… Por un momento, me detuve a pensar, mis padres no se molestarían, aunque ya era casi media noche, no haría nada malo, pues tan solo acompañaría unas cuantas calles a la peregrinación, de seguro eran adoradores de algún santo.
Sin pensarlo más. Me vestí rápidamente, tomé mi rosario y con sigilo pasé por un costado de la sala sonde aún se encontraban los adultos platicando, abrí el pesado portón y listo, mi objetivo estaba a mi alcance, una interminable procesión de personas, todas orando, en ese momento creí que quizá era latín, pues no entendía nada. De entre el cúmulo de gente, sobresalía un hermoso chico. De muy blancas facciones y de ojos tan oscuros como la misma intensidad de la noche. Por algún momento nos miramos, y te aseguro que no bastaba pronunciar palabras para entendernos y comenzar a conocernos, era algo mágico, un sentimiento que mi corazón ya había vivido en algún lugar del universo.
De pronto, me dio su mano, fría como un témpano de hielo, cosa que no me importo en lo absoluto, pues todo lo recompensaba con una tierna mirada. Te aseguro que en ese momento todo lo que la gente pudiera pensar de mi no me importaba, no se si me entiendas m´hijo, era como estar en el mismo cielo, era como el haber recibido el regalo más anhelado de toda tu existencia… Sin darme cuenta, nos fuimos quedando solos a unos cuantos metros de la ofrenda de Catedral, las tripas me gruñían y sin pensar en sacrilegio, tomamos algunas de las viandas que ahí se encontraban, él tomó una de las veladoras y me señaló la salida de la iglesia, el reloj comenzaba a sonar y si me memoria no me engaña, yo conté casi cinco, me volvió a señalar la salida. Y sin pensar en las consecuencias decidí seguirlo. Volvimos a caminar y aunque no me hubiera gustado que esto terminara, estaba consiente, de seria lo mejor… Por fin llegamos hasta la casa de mis tíos, yo, por cortesía, le invite a pasar pero el negándose con la cabeza, me señaló al cúmulo de gente que iba de regreso… Mi corazón estallaba, pues sentía perder algo que sabia no volvería a ver.
Tomándome por el talle rozó mis labios contra los suyos, ofrecí un suéter para calentar su cuerpo pero no lo aceptó. Me ofreció la veladora que traía en su mano para que pudiera alumbrar mi camino, pero la verdad era que el sueño ya casi me vencía y no quería que por un descuido se me fuera a caer. Sin más, nos despedimos, y con el corazón destrozado, cerré el portón. Caminando con sigilo, pretendí regresar a la recamara, pero mi tía me sorprendió y después de un exhausto interrogatorio, tuve que contarle mi aventura.
-¡Santo Dios!, Hija mía, estuviste conviviendo con las ánimas, y ¿te ofreció su vela? (negué con la cabeza), qué bueno hijita, pues de ser así no te hubiéramos visto más… Mí tía me abrazó fuertemente y jamás se volvió a comentar el tema hasta hoy ¿y sabes por qué? Pues por qué hoy más qué nunca ansío volver a aquel joven que se robó mi corazón.
Pero no me hagas caso, m´hijo… (De pronto, un golpe en la puerta rompió con el encanto de la historia de la abuela, a regañadientes, me levanté, pero al abrir, solo encontré en el piso una extraña foto y una veladora desgastada… (Qué broma), tomé esta tontera y me dirigí hasta donde se encontraba la abuela, pero al llegar, ¡sorpresa!, Su corazón había dejado de funcionar.
Hoy, me arrepiento de no haberle puesto mayor atención a mi abuela, de no haber aprendido más de sus cosas. Hoy esperaré despierto junto a la ventana, estoy seguro que con la noche, llegaran las primeras ánimas y que en esta ocasión llegará la persona a la cual le robaron el corazón.
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