Nunca supo en que tiempo había germinado
La semilla que alzándose del suelo
En un árbol culminó con su renuevo.
Ni cuando el leñoso y elevado tronco
En otra tela se había transformado.
Esa, que hoy lo cobija y ampara
En la carencia de posibilidades nuevas.
Y solo, en melancólica pesadumbre,
Considera, resignado ya el carácter,
Como amenguan los brocatos,
El eco último de las voces que se pierden
Siguiendo los pasos, ya ausentes,
De todos aquellos que aplaudieron
La representación, última y final,
Del que ahora se contempla, solitario,
En el centro mismo de la escena
Que aparentara tantas veces
Sin saber que la final, sería una,
Estando presente él en ella.
En esta consumada despedida
Como notas decisivas,
Las luces cierran su parpadeo
Dejando que la penumbra favorezca
El solitario, terminal monólogo
De quien primera figura fuera
En esta eterna e inconclusa obra
Que, ya terminada para él,
Para el resto se llama vida.
Razonando en su postrer instante
Se soslaya en la oportunidad
De repasar tantos días construidos.
Con tesonera voluntar perseverante.
Como en su inicial momento,
Quien la vida le diera está presente.
Única constante que no ha pedido nada.
Oropeles y multitudes que lo aplauden,
Justo en este, el colofón de su partida.
No desplazan de su memoria lo grabado,
En los tiempos en que solo era.
Uno más, entre todos ellos.
Fugases y veloces se le escapan
Pantallazos de una niñez ya perdida.
Adolescencia de nieves y trineos.
Y el primer beso que dio la compañera.
Estandartes de lo que luego fueran
Objetivos a los que dedicó la vida
Por ese entonces a fuego se estamparon.
Con sus ojos ya cerrados
Se perfilan los muchos que ha logrado,
Y se agrandan los no alcanzados.
El tiempo de los tiempos ha acabado.
Merodeando el silencio lo rodea, y,
En la sin claridad del todo negro,
Fatal en ella, el Ego temeroso,
Sobre si mismo por siempre,
Y para siempre se repliega.
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