Y dibujabas una J con la mermelada sobre la rebana del pan que ibas a comerte.
Y lo mirabas, como quien mira una herida que no cicatriza nunca, pero que está ahí, presente, casi dulce de tanto recordarla como la línea con la que empieza mi nombre.
Le dabas vuelta al pan como el asunto que vuelve por que nunca tuvo un finiquito, con la J convertida en signo de interrogación buscando un presente alternativo al de mi ausencia.
Le cortas los bordes, quitas un poco de mermelada y la desparramas ocultando la letra en un todo homogéneo, perfecto, pacífico como agua turbia donde no ha de encontrarse nada.

Con los ojos llenos de cariño se lo entregas a él, que con paciencia te miraba como se lo untabas, con qué cariño, con qué delicadeza…