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Todas las noches se preparaba.

Ya estaba tan acostumbrado que incluso compraba los insumos en grandes cantidades. Por las mañanas el repulsivo olor del incienso combinado con cinco velas verdes acompañaba su desayuno. Para mantenerse en forma, y como una forma de justificar su insoportable espera, evitaba el segundo plato, ahora ya con la salsa intacta y el pavo oscurecido. Solo lo botaba a la basura. Podría haber comprado un perro el muy infeliz, pero prefirió no hacerlo. Así, grandes cantidades de comida terminaban en el negro contenedor todos los días.

Los vecinos, ya resueltos a obviar su extraño comportamiento, habían preferido ignorarlo. Hacían ya meses que la compasión había quedado guardada. Después de todo, trabajó en una empresa por casi ocho años con un increíble éxito, lo que le permitió costear su obsesión sin contratiempos.

Siempre revisaba todo, y todo debía estar perfecto, la música, el aroma embriagador, la cena, y por supuesto, él mismo.

Cuando el añejo reloj de pared daba las seis, comenzaba la triste rutina. Se alistaba en el baño por casi dos horas, vestía aquella negra camisa, zurcida en los costados y sutilmente rozada por el almidón, a la cual le faltaba un botón que nunca pudo encontrar, pero que disimulaba con una elegante y curtida corbata rayada.

A las nueve lustraba sus zapatos y a las diez menos cuarto comenzaba a cocinar. La verdad de las cosas es que su menú se había tornado tan monótono, que evocaba nostalgia saber como el arte culinario se marchitaba por estos días.

A las once y media apagaba las luces y en un circuito eternamente repetido, encendía las cinco velas estratégicamente ubicadas, que otorgaban un momento de calidez y sentido a su vida carente de excusas.

A las doce se sentaba, otra vez solo, mirando una silla vacía y un plato que irremediablemente se enfriaba. Mas esto no lo desanimaba, tiraba el cordón de un enchufe y esquivaba las cajas con sendas cintas, ahora desteñidas y cubiertas de polvo. Así, se acostaba sereno, sin pronunciar palabra alguna.

Una noche, como cualquier otra, cuando se aproximaba a su cena recién servida, alguien llamó a la puerta. Su corazón latió como nunca, como entendiendo que la espera se pagaba y que ya nada importaba. Sus manos añejas tomaron la manilla y de su ojo ajado rodó una sola lágrima.

Era ella.

La joven muchacha vestía para matar, y él casi muere ahí mismo. Magnífica melancolía rodeaba su rostro, mientras la farola de soslayo la adornaba en la penumbra.

Al invitarla al interior pudo verla en su esplendor. Sus ojos canelas permanecieron intactos mientras él contemplándola, esbozó una débil sonrisa, y en seguida reclamó su tardanza indicando el polvoriento reloj de pared. Contúvose ella, no quería arruinar el rímel.

Él, muy atento, retiró su silla para asistirla, el tiempo nunca pudo corroer sus modales. De pronto ella lo interrumpió en seco.

- Sabes que no soy ella... ¿Sabes quién soy?
- No estoy seguro - no mentía - pero esos ojos son los que he esperado.

Ella se ruborizó, y sonriendo lo miró atenta. Su madre no mentía al decir que su encanto hubiese cautivado a cualquiera.

Tras la cena, la llevó a la sala, allí se arrodilló y le dio una pequeña caja forrada en un terciopelo azul, mientras la abría ante sus ojos iluminados por las velas, le preguntó lo que siempre le quiso preguntar.
Ella le susurró al oído la respuesta y el anillo calzó en su delgado dedo a la perfección. No podía contener tanta dicha en su pecho.

Ella se aprestó a marcharse, y él la besó. Después los ecos y las frases no encontraron su lugar. Él cerró la puerta tras de ella, quien entre lágrimas lo vio por última vez.

Esa noche no lavó su loza, no ordenó sus ropajes, no preparó nada. Solo se hundió en la almohada y concilió por fin el sueño con el temple de un hombre enamorado y ya no volvió a despertarse en su vida.

Texto agregado el 29-10-2010, y leído por 221 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-11-2010 minucioso, como siempre... muy bueno. Ulloa
01-11-2010 Bien muchacho, me gustó.***** alejandro45
29-10-2010 Bien escrito. Sí, tal cual te dijo sable, es un poco predecible, pero esto es de la mitad para abajo, y no es nada grave, es más, buscar solo la impredecibilidad hace malo a muchos textos. OrbitaCementerio
29-10-2010 lA VERDAD ME GUSTO MUCHO, LO UNICO QUE ENCONTRE FUE CIERTO TOQUE PREDECIBLE. POR LO DEMAS FELICIDADES sable
 
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