Puedo renunciar a aquellas primeras cartas tan raídas y obsoletas que escondían entre renglones torcidos y faltas de ortografía, todo el despertar de nuestro sueño.

Puedo renunciar a los abrazos en el andén de aquella pequeña estación y el consiguiente desinterés de los escasos pasajeros que como nosotros solo deseaban encontrarse.

Puedo renunciar a nuestro paseo por el malecón aquel día lluvioso con cara de bobalicones y que nadie podía entender que dos seres de la mano en un día funesto se quisieran conocer.

Puedo renunciar a los desayunos placenteros frente a frente sin prisas pero sin pausa cuando escrutábamos nuestras miradas hasta más allá de las escondidas entrañas.

Puedo renunciar a las payasadas y bromas que surgían de improvisto, solo por alegrarnos las veladas sin más monsergas ni gaitas que nuestras felices miradas.

Puedo renunciar aquellas noches de luna llena con los pies desnudos buscando un apartado rincón donde grabar nuestros corazones sobre la arena.

Puedo renunciar a la primera noche juntos, donde las manos hablaron entre música y silencios despertando a las dormidas pieles hasta más allá de los deseos humanos.

Puedo renunciar a la mágica locura que brotaba por nuestra piel, preñada de deseos y que nuestras manos torpes hacían perdurar hasta el amanecer en cada una de nuestras lunas de miel.

Puedo renunciar a las fiestas sorpresa entre familiares y amigos sin un comprensible motivo, salvo el de comunicarles que a pesar de los años juntos, todavía nos amamos.

Puedo renunciar a aquellas tardes sombrías en torno al fuego y nuestros viejos textos que daban calor al cuerpo y al alma con el paréntesis de algunos calidos besos.

Puedo renunciar a malcriar a los nietos ansiosos de regalos que de vez en cuando nos visitan y que a nosotros nos devuelven la infancia de la cual carecimos

Puedo renunciar a las charlas incomprensibles tan llenas de recuerdos y olvidos que juntos manteníamos al amparo de los últimos rayos de sol sobre nuestro pelo cano en cualquier atardecer.

Puedo renunciar a tu vestido negro en mi funesto amanecer con el ultimo abrazo y el consiguiente llanto y pena por acompañarme al mi postrera morada.

Y daré tiempo al tiempo, hasta que tú por tu propia y ultima voluntad desees yacer junto a mí en nuestro lecho eterno.
Que a esto no quiero, ni puedo renunciar.

Te esperare…

Joan © Bosch 28/10/10