De todas las cosas que puede ser,
una es segura como su propia presencia:
La muerte es siempre Silencio.
Se reparte, va acosando murmullos,
escondiendose en el anverso de las palabras,
acechando los momentos que el alma de pena se quiebra,
y es debil, y se abre al miedo como un Lirio a la espera
del pajaro intimo y eterno.
La vi, y mientras la veia, mi propio Silencio
era como el del muchacho que dormia y que no sonaba.
La vi, y algo mio, muy mio, lloro por dentro.
Y no llore la Muerte. No lloraba al Muerto.
Mis ojos duros como perlas lloraron hacia adentro, hacia el alma,
hasta encontrar ese silencio salado del utero,
la cuna primera, donde se forjan los amores
inquebrantables.
Llore en la boveda de mi Corazon por la madre que
lloraba sin Consuelo, muerta tambien entre palabra y palabra,
entre pesame y rezo,
entre el cuerpo que ya no vibra y el silencio de una tristeza
que no cabe en la vida entera, ni en la muerte, ni en el tiempo.
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