Chirrea un poco la puerta al abrirse, Luis reconoce desde su ceguera los pasos lentos y pesados del doctor Mario, este lo saluda ubicando una mano sobre el hombro de Luis, que recién despierta de la anestesia, Mario de nuevo le agradece por el libro obsequiado, la poesÃa de Luis era muy reconocida, âlos poetas ciegos siempre son valoradosâ decÃa apenado Luis cada vez que alguien lo alababa por sus letras; pero a pesar de esto Luis no podÃa negar la inmensa sensibilidad con la que fue dotado desde su oscura infancia de tropezones y burlas causadas por su temprana ceguera.
Dos años de larga espera luego de que el doctor le afirmara que con las nuevas tecnologÃas era posible la operación, que recuperarÃa las vista⦠tres cuadernos y cientos de cintas de grabación se acumulaban en su gaveta de poesÃa ânombre con el que Luis llamaba una vieja y ajada caja de cartón en la que guardaba toda letra que le surgÃaâ; mil atardeceres rondaban su imaginación, el rostro de clara su amable vecina, por fin podrÃa ver el rojo carmesà de la poética rosa.
Mario explico paso a paso el proceso, las enfermeras retiraron las vendas y lentamente la luz se fue haciendo a sus pupilas, al principio cortante e hiriente, luego la claridad empezó a apoderarse de la solitaria habitación del hospital.
Un grito estremecedor atravesó el pasillo de la clÃnica, clara salÃa corriendo de la habitación 307, ¡Luis se arranco los ojos! grito al abrazarse a Mario; cuando este llego a la habitación encontró a Luis ensangrentado y ciego, tirado en el suelo con la cuchara en la mano, y sobre la pared escrito con el dedo Ãndice y su propia sangre el ultimo de sus poemas.
Una sola lÃnea del poema fue suficiente para marcar a Mario de por vida: No fue un atardecer, ni el rostro de clara, fue el rojo carmesÃ, pero no el de la rosa, fue la sangre del feto recién abortado lo primero que conocÃ, para que la luz?
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