Recuerdo un día; sí es que ocurrió ese día. Un día en casa de mi madre, el cuarto de las manzanas; solo olía manzanas frescas y verdes. A qué entré allí, no sé. La luz estaba encendida de antes, y luego de hacer lo que no recuerdo me fui. Pero entonces lo mecánico: apagar la luz y cerrar la puerta. El interruptor estaba al lado de adentro, con memoria impecable sin mirar siquiera lo encontré; sentí el chasquido inconfundible del interruptor y luego silencio y también luz. Miré; pensé; busqué una explicación mientras repetía la acción hasta la confusión más completa. Discurrí que debía estar defectuoso; qué más podía ser. Tomé con cuidado la ampolleta, estaba fría como piedra de río en noche de invierno y traté de destornillarla. Imposible; empotrada al soquete no aflojo un ápice. Ya sin paciencia airado la golpeé con una banca de madera tratando de apagarla a como fuera. La ampolleta boto en un vaivén burlesco sin daño alguno. La lógica quedo destrozada, todo aquello no podía ser, no podía ser cierto. Evidentemente, no en el quebradizo mundo de los despiertos.