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te digo una cosa, la vida huele bien, demasiado bien cuando el sol nos besa... es generoso el hombre que busca el reino de dios...
hubiera llegado temprano pero no, llegué demasiado tarde... las casas estaban cerradas con tantas llaves que me fue imposible abrirlas...
pasó el tiempo de la juventud, ahora estoy en un cielo oscuro, lleno de dolores y algo en el corazón parecido a los recuerdos, algo así como un libro interminable y hermoso…
tendría nueve años cuando una señora de más de ochenta años tocó la puerta de casa. le pregunté qué deseaba. me dijo que deseaba ser mi madre… ¡pero mi madre hace más de cinco años que no está en este mundo!... no sea tonto, su madre está dentro de mí… la miré a los ojos y sentí escalofríos en el espinazo… ella entró y luego me dijo que la ayudara a limpiar la casa, de arriba hacia abajo… de nuevo no, pensé… salí de la casa y me fui en busca de otro lugar en donde dormir y resucitar… había un cartel no tan cerca en donde decía que se necesitaba de un hombre que le gustase la soledad y el buen silencio… me parecieron raras las palabras pero me dije por qué no… toqué la puerta, que era un portón de madera bastante vieja y dura. salió una señora. le pregunté si podría trabajar para ella. dijo que sí, que sí, que sí, y mientras repetía la misma palabra sus cabellos empezaron a pararse, como si le pasara corriente… está loca, pensé. miré el lugar que me dejaba y noté que todo estaba lleno de autos muy viejos, un cuarto un baño, una cocina y mucho silencio… le pregunté a la extraña señora qué debía hacer… me dijo que esto era una cochera de autos y que debía vigilar que todos estén limpios y en su lugar, y que nadie, excepto yo, podría moverlos de un lugar a otro. le pregunté por los dueños de cada auto. me dijo que el dueño era yo, luego me entregó las llaves y se fue… entró a uno de los autos más viejos y salió… tuve el presentimiento de que jamás volvería a verla en la cochera… partió casi volando y fue como ver a un auto mortuorio, directo al campo santo… miré los autos y estos me miraron a mí… entré a mi cuarto y vi una cama pequeña, una mesa de madera, una silla, un espejo redondo y una máquina de escribir sobre la cama, a su lado había rumas de papel… toqué la máquina y sentí que esta me tocaba… nos tocamos y tocamos como si fuéramos amantes por toda la noche, y escribí y escribí hasta que llegó el día, la tarde, la noche, el sueño, el hambre, el sueño, el amor, el miedo, el calor, el frío, el devenir, el final…

Texto agregado el 24-10-2010, y leído por 202 visitantes. (0 votos)


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