La habitación era pequeña. Cálida, el aire parecía por momentos denso. Tú y yo, separados por esa angosta mesa, uno frente al otro, juntos.
“Quiero conocer Croacia” habías dicho, con tu risita deliciosa. Y yo, enamorado desesperado, conciente de lo imposible, te había propuesto: “En la otra vida te voy a llevar a Croacia”
Nunca creí en otra vida, pero en ese momento deseé firmemente que la hubiera.
Te miré, y como cada vez que te miro, te amé. Pero como si hubiera otra vida, o si el mundo tuviera otra dimensión, ahora mis manos se extendieron, se alargaron y del todo invisibles, rozaron las tuyas. No lo sentiste, porque era yo el que te amaba desde otra dimensión. Pero era terciopelo tu piel. Y suave, fresca y tersa, la sentí transcurrir bajo mis dedos que caminaban milímetro a milímetro por ella.
Y mi cuerpo todo se extendió por mis manos y el roce fue todo. Todo lo que sentí, fue roce. No sentí frío, ni calor, ni dolor ni alegría. Solo ese roce, que llenaba mi cuerpo y ese mundo mío de otra dimensión. Roce cada vez mas intenso, mientras mis dedos ascendían hacía tu cuello, y posándose en él, sugerían cosquillas y escalofríos… Lo sentiste? ¿Llegué con mis dedos a tu mundo?
No creo. Seguías sonriendo tu belleza ruborosa, sentada allí, mientras yo escribía mis historias clínicas. Pero no podía escribir. Mis dedos transmitían todo ese roce a mi cuerpo, que, descontrolado, se llenaba de sensaciones. Ahora mis manos invisibles atravesaban tu casaca blanca y sentían la piel de tu espalda y acariciaban. Acariciaban diciendo “Siente, siente el placer de ser amada…”
No podía dejar de sentir mis manos, que eran todo mi cuerpo, turgente, pleno. Y lentas, soñando imposibles, invisibles, descendían hacia tu pecho. No veía los colores, pero percibía el blanco puro. Sin embargo, ascendiendo poco a poco el calor se hacía rojo y tenso. Y ya era verdadero. Mi cuerpo se estremecía y vibraba. Parecía pronto a estallar.
Pero en el mundo, mis manos seguían escribiendo, sin rozar mas que el papel. Tus ojos brillaban como nunca, y yo me sentía muy cerca. “Otra vida”, me decía desesperanzado…”Otra vida para cuidar tus sonrisas, tus rubores, para llenarme de vos”
No quise. Me negué a aceptarlo, pero mi boca escapó también a aquel mundo inexistente y se apropió de la tuya. La lengua buscó suavemente los labios, y por fuera y luego por dentro, los acarició. Y buscó hasta encontrar y luego los labios se cerraron en la otra lengua, que extendida, buscaba placer.
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Para entonces nada era real. Ya no eran manos, ni lenguas. Era un cuerpo que ensoñado se llenaba de placeres y tomaba del otro cuerpo la fuente de ellos.
Soñaba decirte “Te amo” pero no con la boca, sino con las manos recorriendo cada vericueto de tu cuerpo.
Y en ese mundo, por fin, te amé con el cuerpo. Todo el amor que muchas veces soñé, fue real. Lo sentí en mis manos, en mis labios y húmedo en nuestra plenitud.
Por eso, antes de irme te dije “Espérame…en el otro mundo voy a hacerte feliz”
No lo supiste, pero acababa de amarte con todo mi cuerpo.
O acaso…lo sentiste?
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