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Inicio / Cuenteros Locales / DavidMo / Sueño XVIII. Mal hombre

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Era un hombre malo que decidió ser bueno.
Amó a una mujer como debería ser amada, aunque no la quería.
Cuidó de sus hijos con toda dedicación, aunque no experimentaba por ellos ningún sentimiento.
Llevó a cabo los trabajos de su profesión, que le aburría mortalmente, con precisión y esfuerzo.
Se solidarizó con las causas populares, aunque consideraba al pueblo un soberano majadero.
Nunca se puso a sí mismo por delante de nadie.
Y cuando vino el sacerdote a administrarle los últimos sacramentos dijo: “Padre, yo he sido un hombre malo toda mi vida”. Hubiera querido añadir algo irrefutable que probara su maldad, pero dio una especie de ronquido y expiró.

Después de los trámites habituales su alma, debido a que se benefició de un informe muy positivo de su Ángel de la Guarda, se presentó en el Cielo.
Allí se armó un buen revuelo. A pesar del informe, San Pedro se negaba a dejarle pasar. Aducía el Divino Portero que aquél señor jamás había tenido un buen sentimiento hacia nadie y que, por lo tanto, no era más que un hipócrita (“Sepulcro Blanqueado de categoría 1ª A”, según terminología oficial). La Virgen María, como solía pasar en estos casos, se oponía a San Pedro por sistema y porque su natural compasivo le hacía ponerse de parte de los acusados desde tiempos de François Villon.
-¡Esta mujer me crispa! –gritaba San Pedro.
-¡Jesús, Jesús, mira lo que dice de tu Madre! –exclamaba María.
La cosa se ponía tensa. Por una vez, San Pablo se puso de parte de San Pedro y la intervención del Ángel de la Guarda, que era bastante viejo, no hizo más que embrollar las cosas. Los gritos subían de tono, el Padre y el Espíritu Santo trataban de poner orden en vano y, entonces, el hombre alzó la mano. Se hizo poco a poco el silencio y, cuando todos le miraron atentamente, el hombre dijo en voz alta, clara, aunque con una entonación impasible:
-Cagüen Dios.
Fue transferido por trámite de urgencia al Infierno.
Allí, durante toda una eternidad, el hombre no hizo nada especial. Los diablos veían con bastante aprensión un ánima que no daba alaridos, no clavaba las uñas en las mejillas del prójimo ni se tiraba pedos. Pero el tipo estaba allí por órdenes superiores y órdenes son órdenes.
Por otra parte, el hombre no tuvo que amar nunca más. No tuvo que apuntarse a causas en las que no creía, ni acariciar infantiles cabecitas.
Y por toda la eternidad fue feliz.

Texto agregado el 08-07-2004, y leído por 127 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-07-2004 El principio muy bueno, me identifico, el final podría sacarse de lo predecible, el título podría ser menos denotativo. ¿Diéresis? demodocus
08-07-2004 Super ocurrente, me has mantenido alerta como en un cuento de terror...muy bueno.Saludos greta
 
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