Hoy me levanté de mi cama con la suerte que tienen pocos: Con el pie izquierdo y congelado, con sueño y tarde, sin haber terminado de estudiar, picoteada por los mosquitos benditos que no tienen mejor tarea que desquitársela con mi frente, y con los ojos de sapo más originales del planeta. Sabia naturaleza.

Si bien todos los días quiero dormir y seguir durmiendo, hoy fue un día especial. Era la era de la ilustración, lumières por simple decadencia humana. Tuve la genial idea de no terminar de dibujar las increíbles imágenes de parasitología, que lo único que me recuerdan es que cada día un nuevo insecto se alimenta de mí y sin mi permiso. Todos son parásitos, y yo soy el indestructible parásito de mi cama, mi espacio, y mi soledad. C’est la vie.

Pero aún así, no quiero ser parte de una simbiosis que lo único que hace –contrario a la descripción de la misma- es acabar un poco más. Como todos, venimos muriendo todos los días, desde que nacimos, cada día. Creo que no quiero seguir siendo ese puñado de arena que se levanta para dejarlo caer, para que regrese al fondo del mar a encontrarse con culturas extrañas y mundos paralelos. No quiero más de esa penumbra en el fondo del océano, no quiero ser la arena de tus manos; quiero ser yo. Qué tal? Dejaré lo que algunos llaman alma en alguna cajita escondida, la cerraré con llaves, candados, cadenas, pesas y anclas, para arrastrarla conmigo en altamar. A ver, quién se arriesga a buscarla?

La luna, la playa y la arena fría son pedazos de mí que se borrarán. Hoy por hoy, mañana es un nuevo día.

No más.

Frente al mar tomo tu lugar. Contra corrientes, mareas y sal, no sabrás lo mucho que dolerá la farsa de volver, frente al mar.