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Es la hora de pensar. En la calle reina el silencio y sólo puedo escuchar el caer del agua de los tejados. Nadie pensó en la peripecia del tiempo y nadie preveyó la posibilidad de tanta agua; comenzábamos a integrarnos en la sequía y nuestro carácter, cada vez más marcado por la austeridad, nos estaba alejando de una realidad en dónde las lágrimas del cielo caen sin avisar. A pesar de tantos sollozos, de tantos lamentos humedecidos por tristes amaneceres, yo, me siento feliz. Quizás sea cierto lo que las estrellas dicen de mí y el agua forme parte de mi alma.
Me hubiera gustado nacer más al norte, en un horizonte verde, iluminado por el colorido de los fríos atardeceres. Pero no, he nacido en el centro de un país que lo único que tiene claro es eso, el centro. Un centro que poco a poco deja escapar su cristiandad y se deja conquistar por nuevos horizontes, por ideas olvidadas y resecas que emergen gracias al alimento proporcionado por los lloros de esta vacía humanidad. Premio Nóbel para aquél que consiga investigar las esperanzas del embrión y sea capaz de enjugar su posible felicidad.
Eternizo mi yacer en la cama. Mis pensamientos se agolpan en mi apaciguada cabeza al mismo tiempo que pienso no ser capaz de prever la hora en la que mi cuerpo abandonará tanto placer. ¿Será un sueño? Yo no soy el reflejo de mis pensamientos, pienso, soy más complicada que todo eso y jamás podré saber cómo actuaré en el segundo siguiente de todos mis inquietantes instantes. Me gusta lo imprevisible, lo repentino, lo impensado, que no lo impensable porque lo primero se puede reflexionar; Lo impensable puede llegar a ser absurdo y lo absurdo no merece mis soplos de reflexión.
Todavía es muy temprano y mis vecinos no han comenzado sus rutinarias y ruidosas vidas, que no previsibles. Si el arranque de la moto del número 33 marca la salida de su propietario, el reloj que ilumina el techo de mi dormitorio no ha sido capaz de prever la hora exacta del éxodo vecinal. Puedo esperar rutina en mi escuchar diario del amanecer, pero jamás precisión. ¿Alguien es capaz de vaticinar la hora de sus actos? No, no es posible porque cada momento de nuestras vidas tiene una historia con lo imprevisible y fortuito puede ser que no suene el despertador, o que la pareja de tu atormentada vida se enamore, o desenamore, de otra alma también atormentada. Y todas estas inesperadas historias tienen su encanto, un encanto especial que si se sabe escuchar y razonar pasará a formar parte de nuestra desaguada alma abonándola lo suficiente para evitar su acartonamiento y poderla resucitar.
¿Acaso tú puedes hablar de lo imprevisible? Mi alma no.

Texto agregado el 22-10-2010, y leído por 107 visitantes. (0 votos)


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