EL COLOR DE LA JUSTICIA
Por esos dias había llegado a mis manos un caso judicial interesante. Apenas revisé el borrador, me interesé en asumir la defensa y con un entusiasmo que no pude ocultar, le dije a mi cliente "lo tomo". No habian pasado ni tres segundos cuando una sonrisa clamorosa se dibujó en mi rostro juvenil.
El caso sucedió hace varios años cuando Apolinario recibió una gran suma de dinero, después de jubilarse como pescador del puerto del Callao, el más importante de la capital.
- Tenía que sacar provecho de tanta platita, señorita. Paseando un día por el jirón de la Unión y al ver a un ambulante vendiendo churros rellenos con chocolate, se me ocurrió hacer lo mismo. Invertí dinero en alquilar un localcito, en pleno centro de la ciudad. También compré un horno y otras maquinas para hacer mis churros, empanaditas, pancitos, queques. Mi panaderia estaba bien surtida, los pasteles lucían con muchos colores !parecían flores en retoño, señorita!.
- Bien, Apolinario, veo que tuviste un buen comienzo. ¿Qué más pasó?.
- Se lo voy a contar todo, señorita. Al principio, los únicos comensales éramos yo, mi esposa, mis seis hijos y mis padres. Nos comíamos todos los pasteles. Nadie entraba a la tienda, no teníamos qué limpiar porque todo permanecía en su sitio. Estábamos muy aburridos de estar todo el día sin hacer nada, mosqueándonos, esperando a que la gente llegara. No sucedía nada de nada.
Pasó cerca de un mes en que tratamos de atraer gente ofreciendo bocaditos gratis, tocando música a todo volumen para alegrar el ambiente. La gente comenzó a llegar poco a poco. Conforme pasaban los dias, todos no dejaban de relamerse las encías del puro gusto por nuestros dulces. Se pasaron la voz y uno uno, los vecinos comenzaron a pedir sus porciones. Nos faltaban manos para abastecernos. Tuve que contratar más personal, señorita.
Cuando todo iba viento en popa, cierto día se me acercó un señor, a quien conocía de vista, todos lo llamaban "don Sebas" y me preguntó a boca de jarro, "¿cuál es el secreto para sacar adelante el negocio?". Yo le dije "todo es cuestión de ser perseverante nomás, no aburrirse, ser atento con la clientela, si te dicen dame ésto o aquello, acceder, nomás. No queda otra, pues. El cliente siempre tiene la razón. Hay que ofrecerle el dulce que le dé en la pepa del gusto para que tenga ganas de regresar. !Eso es todo!.
- Seamos socios. Yo me encargo de pagar el local, los empleados, los ingredientes y la publicidad. Tu seguirás encargándote de preparar esa ricura de dulces que a todo el mundo encanta. Nos repartimos las ganancias por la mitad. Creo que eso es lo más justo. ¿Qué te parece?. Piénsalo bien. Mañana hablamos.
Esa misma noche lo consulté con mi familia.
- No tenemos mucho capital, padre. Recién estamos empezando. Creo que sería lo mejor liberarnos de la carga de tantos gastos y compartirla con este señor.
-¿Conoces bien a don Sebas?
- Es el hermano del dueño del local. Su padre era amigo de mi padre, -tu abuelo-, ambos solían trabajar juntos en la venta de licores. Eramos vecinos pero no amigos porque él era mucho mayor que yo. Luego me mudé y le perdí la pista, cada uno siguió su camino.
Mi familia y yo –señorita-, terminamos por dar nuestro voto de aprobación aceptando la propuesta de don Sebas. Sea como fuese, no era ningún desconocido para la familia.
Realmente fue un alivio económico desde que sentí que me liberaba de la esclavitud de tantos gastos, sobre todo del local, que era lo más costoso.
No encuentre persona más trabajadora que este señor, señorita. Don Sebastian sacrificaba sus domingos para abrir la tienda y no perder la clientela. Era tan afanoso y dedicado al trabajo, que se nos hizo costumbre verlo en la esquina de las calles pegando afiches de publicidad, se movilizaba como un trompo para tener la tienda bien presentable. !Tenía una fortaleza de acero, parecía que nunca dormía!.
Al empezar la semana hice lo de siempre, comprar el periódico para ver cómo andaban las noticias en nuestro país. Lo primero que mis ojos vieron, fue el tremendo rostro de Sebastián Solís, que cubría toda la página, señorita. Luego me fijé en la leyenda que anunciaba "este hombre tiene la gran habilidad de engatusar a quienes recién están empezando un negocio y como anzuelo se ofrece a cubrir todos los gastos. Ganada la confianza, y con toda la documentación en sus manos, las falsifica para figurar como dueño de los negocios. Esa era la clave para que todos los bancos le abrieran sus puertas y le dieran a manos llenas, suculentos préstamos de dinero. !Es un tremendo estafador!".
A las pocas horas de contarme su historia, Apolinario empezó a recibir cientos de cartas en donde los bancos le exigían pagar los supuestos préstamos que se le habían otorgado, en el plazo de quince dias. De lo contrario, todos los bienes de su negocio serían embargados.
- ¿Y ahora cómo vamos a pagar esa suma?. El esfuerzo de tantos años se irá al agua, señorita. ¿Qué haremos?
- Recuerda que no estás solo en esta carrera contra la adversidad, tienes a tu abogada. Me has confiado tu caso y no voy a permitir que nadie se burle de ti. Lo primero que haremos es denunciar a este hombre con todas las pruebas que vayamos a reunir.
El día en que el juez citó a las partes, para escuchar sus versiones, sentí que una bola de fuego empezaba a latir en mi estómago. Ver a ese hombre en frente mío me produjo unas ganas ocultas de noquearlo, pero tenía que controlar mis emociones. Respiré hondo y me concentré en el alegato que dentro de unos minutos estaba a punto de sustentar.
Mi defensa fué implacable , contundente, mordaz como el l filo de una navaja. Saqué a relucir todos mis recursos que sólo tuvieron como propósito, darle un golpe certero que lo privara de las ganas de seguir engañando a medio mundo. Lo despojé de su apariencia impostada de "buen empresario".
La base de mi defensa tuvo como su piedra angular la pericia grafológica que los peritos hicieron sobre todos los documentos que Sebastián había falsificado.
Uno de los peritos más renombrados del mundo judicial, fué enfático con su decisión.
- "Después de todos los exámenes que se han hecho en el laboratorio, comparando las firmas de la víctima con la del acusado, los peritos concluimos que éstas han sido burdamente alteradas y suscritas con el puño de don Sebastián Solís. Estamos frente a una falsificación de firmas. Esos documentos no tienen ningún valor."
Con tremendo resultado estaba a punto de gritarle al mundo que siempre hay una luz al final del túnel. Mi luz fue la pericia que pesaba como un acero y brillaba con una claridad tan diáfana como un amanecer, para que el juez no tuviera dudas a acerca de la peligrosidad de este hombre.
De inmediato y sin perder ni un minuto más, pedí se le impusiera la condena máxima y asumiera su responsabilidad ante los bancos.
- Señorita, me ha gustado la defensa. A ese hombre lo dejó colorado como un camarón, no tuvo tiempo ni de respirar, señorita.
Antes que se diera el fallo final, tomé la decisión de hablar con el juez. Siempre solía hacer lo mismo con la finalidad de hacerle recordar mis pruebas antes que decidiera sobre la causa.
Pasé a su despacho quedándome sola por unos minutos, mientras el juez atendía a unos abogados en el ambiente exterior.
Al advertir que el expediente estaba sobre su escritorio, lo tomé en mis manos para revisarlo y tener la seguridad que todas mis pruebas estaban foliadas. Conocía el oficio y, naturalmente, desconfiaba de todas las personas que podrían tener interés en alterarlo. Me acordé de la canción la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.
Lo primero que vi me contuvo la respiración. Me atraganté por unos minutos. Era increíble el descubrimiento que había realizado.
Conforme mis ojos caminaban por cada una de las letras del documento desglosado en hojas sueltas, me invadió una desazón increíble. Se trataba de una sentencia preparada con mucha anticipación, en que el juez lo liberaba a Sebastián Solíz de toda culpa. Se apoyaba en un supuesto Poder otorgado por Apolinario a favor del acusado, dándole amplias facultades para realizar cualquier gestión ante los bancos. Ante los ojos del juez, este documento que misteriosamente apareció de la nada, tenía un valor pleno y absoluto.
Comprendí que todo el juicio había sido una farsa. ¿Para qué tanta defensa, alegatos, pruebas si todo estaba concertado desde mucho antes?
Eso no era todo. Lo más grave del asunto fue que la prueba de la pericia grafológica -que era la base de mi defensa- no estaba en el expediente !había desaparecido!. Al pedirle una explicación al juez sobre lo ocurrido, éste solo atinó a cumplir un ritual.
- Tenemos mucha carga judicial. No puedo estar al tanto de cada uno de los expedientes.
Tenga paciencia, venga la próxima semana.
¿Cómo podría el juez dar una sentencia sabiendo que esta prueba había sido sustraída y no la tenía a la vista para poder dar un fallo correcto?. ¿Cómo, en cambio, tuvo la destreza para tener bajo la manga otra sentencia que solo contenía una prueba misteriosa que yo no había presentado?.
Esta sentencia arreglada la mostré a la prensa y a cuanto periódico había en la ciudad para desenmascarar todo este circo montado por una mano tan negra como la noche.
De no haber sido por mi atrevimiento de leer el expediente y que tomé sin pedir permiso de nadie, a estas alturas el pobre Apolinario estaría confiado en una justicia totalmente injusta, aparente, maquillada, sin conocer la verdad de esa misteriosa telaraña que se había tejido desde un inicio.
Hasta entonces, la justicia estaba vestida con su manto de luto, pero llegó la hora en que sus vestiduras fueron desgarradas sin piedad, para verla tal como realmente era, en su estado natural y cristalino.
Gracias al barullo que se hizo en torno a este caso, el caso fue fallado por un juez imparcial. Considerando la pericia que estaba en las primeras páginas del expediente, declaró culpable al acusado y lo privó de su libertad, para tranquilidad de todas sus víctimas.
En estos instantes, unas miradas decadentes traspasan los barrotes de la fría celda, del penal de Piedras Gordas, en Lima. Ambos sujeos se encuentran, compartiendo el mismo suelo, Sebastián Solíz y el temible Juez.
Ambos hermanos comparten un solo destino.
La sociedad se da por satisfecha por que la justicia, en este caso, terminó vistiéndose de blanco.
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