Un virus
Abrió Word, y la blancura de la pantalla aumentada por el monitor de 17 pulgadas, alcanzaron a asustarlo (nada nuevo para un escritor de ahora y de siempre). Sabía el tema; el hipertexto, pero no sabia desde donde afrontarlo. Comenzó a pensar en lo romántico de la pluma y el papel a la luz de una vela y luego se vio a él, sentado ante un Pentium IV de 3.6 gigas y de 160 de memoria bajo la luz de una philips brasil de 60 bujías, contextos bastantes diferentes y seguramente también diferente de lo que vivirán los escritores del próximo siglo, de la próxima era, cuando el hipertexto seria visto desde una óptica neo-romántica o, tal vez ¿por que no?: hiper-romantica.
Sintió su corazón acelerarse, lo sentía principalmente en sus dedos, entonces se puso de pie y miro la PC en todo su conjunto, puso sus oídos en la torre, escucho el ventilador de la fuente, presiono sus oídos con más fuerza y pudo escuchar el fluir de los 110 voltios de energía, el lub dub del procesador y algo como el respirar de decenas de microchips.
Ahora se sentía confundido, respiro profundo y trato con el teclado, después de dos renglones de presionar y presionar algunas teclas al asar, el programa respondió con una línea roja en sig-sag y discontinua subrayando lo escrito, solo la palabra “hongo” se escapaba de tan mortal sentencia (1), sintió una extraña melancolía, se sintió un holograma kafkiano.
Con una profunda desazón intento borrar lo escrito, pero el programa se había bloqueado, no respondía al Dlt, luego intento con Ctrl-Alt-Supr y tampoco ocurrió nada, pensó durante un instante, y misteriosamente, luego de un golpe en la CPU; las letras en la pantalla comenzaron a chorrearse, a derramarse como lagrimas. De los ojos del escritor se dejo ver una, que pesada como ladrillo macizo callo en la barra espaciadora, todo se suspendió.
(1)Dicho ejercicio fue: (mdwejddpo cido wfoi owf hongo of. iwe iw ii cn vhuiy cnf fh fr fhton foifnriu´áo cf ihn g ig nvovvn vuinv ovgrgni ubo sro ai orru dendincincdn vieoityt qppánirhbtgreujisnk)
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